Los políticos dependen de los periodistas, y ¿de qué depende la verdad? Salido de nuestro país hace ya algunos años, luego de un gobierno y un escándalo desmoralizante que no alcanzó los niveles de popularidad esperados, carismático predicador de la nueva conciencia global, del progresismo ecológico más sofisticado, de ese que se sirve en los mejores foros europeos, José María Figueres sigue siendo un político que tiene mucho que decir, un hombre con una marcada disposición a la elegancia vacía del argumento ensayado, del script que simpatice a todos, un político viejo, en suma.
Siete años después del escándalo que lo alejara del escenario público nacional, vuelve a la televisión y anuncia su regreso. No creo razonable analizar los argumentos repetidos por José María Figueres, pues sus declaraciones al respecto de la contratación de sus servicios por parte de Alcatel fueron claras, lo que no quiere decir necesariamente que fueran valiosas. Parece más productivo analizar esta entrevista como un ejercicio de ingenio.
Verdaderamente, esta entrevista puede convertirse en un material de gran valor analítico para cualquier curso de periodismo. Por la extensión de este artículo, voy a destacar solamente dos aspectos. La entrevista realizada por el periodista, codirector de Telenoticias, Ignacio Santos a José María Figueres fue un magistral ejercicio de sofística en la que, maquiavélica o ingenuamente, el entrevistador se deja rodar por el entrevistado, y termina expresando una especie de culpa por haber dudado y haberle causado la molestia de entrevistarlo.
Obviando que las preguntas en su mayoría se centraron estérilmente en la airada reacción de otros políticos cercanos de José María Figueres al enterarse de los hechos – razón que no plantea ningún problema moral puesto que de estos políticos santones tampoco se puede destacar demasiado– la entrevista tuvo un antes y un después.
Punto de quiebre. El momento que dio un giro dramático a la entrevista, estuvo marcado por esa línea en el guion de José María Figueres en que confiesa al periodista: “ ¿Usted sabe quién me sacó del Foro Económico Mundial? Fue usted”.
A partir de ese momento, la entrevista terminó: el periodista es declarado vencedor antes de tiempo, embelesado sin saber por la retórica del político y el político se autocorona como un hombre magnánimo, capaz de perdonar a los que le ofenden, como pudo repetirlo a lo largo de toda la conversación.
Es ahí cuando empieza la no entrevista, la conversación entre dos compadres. Acaba la labor del periodista y comienza una especie de broma de mal gusto. Incluso, si se mira con atención este momento, se verá cómo José María Figueres se separa del sillón y se acerca en un gesto confianzudo al entrevistador, como diciendo “todo bien, quedate tranquilo, yo te perdono, ahora sí, hablemos”. El entrevistador intenta retomar su poca agresividad inicial, sin darse cuenta de que la entrevista, entendida como el interés por dilucidar cualquier asunto de importancia, ya terminó.
Si a esta afable conversación se suman los momentos de conmovedora nostalgia de José María, tenemos la imagen completa: un cuadro costumbrista costarricense que intenta borrar con simulada calidez cualquier crítica de la mente del que observa, en un intento por fijar una nueva imagen, ya ‘reinventada’ del hombre detrás de la leyenda. A este punto, ya ni siquiera queremos recordar de qué lo acusaban.
Imitación calculada. Otro asunto que salta a la vista y que cala más inconscientemente en la inteligencia de las personas es el innegable parecido de José María con don Pepe. En el reino alevoso de la imagen, ahora José María se ha convertido esforzadamente en una bien lograda mímesis de don Pepe. Para quien considere esto una simpática coincidencia genética, debería pensarlo mejor. Sus pausas, su postura desencajada por momentos, sus pausas reflexivas, el juego de manos, remiten innegablemente a don Pepe y esto hace más por él que cualquiera de sus huidizos argumentos.
La entrevista a José María Figueres marcó el final de un corto camino de periodismo crítico hacia una figura política trascendental para la historia de Costa Rica, y parece iniciar ahora el camino apoteósico de su regreso. Hasta los más escépticos, los más críticos, se habrán sorprendido conmovidos –que no convencidos– por la ternura de un hombre forjado por las duras circunstancias de la vida y las injusticias sufridas en carne propia. Ese es el milagro de la imagen, el artificio del periodismo puesto al servicio del político.