Era mi interés aprender. Sí, no lo puedo negar. Yo quería adquirir conocimientos en esa rama del quehacer humano que, según yo, me apasionaba: el derecho. Pero también me imaginaba como abogado. Aquel profesional que soñaba ser. Pero, quería serlo' ayer. Estaba apurado. Era importante para mí, como estudiante combinar el aprender, con hacerlo rápido. El aprender bien las ramas que me interesaban y aprobar los cursos que debía llevar, aunque no necesariamente quería aprovechar.
Era un estudiante medio; a veces pasivo, pero muy participativo en aquello que me gustaba. Con poco interés en la dinámica universitaria y más en la social. Más interesado en aprobar los cursos y en general, la carrera, que hacerlo con un esfuerzo consciente y responsable por estudiar, aprovechar los profesores y realmente aprender y aprehender.
Hoy, cuando lo veo en retrospectiva, me arrepiento. ¿Cómo no aproveché más aquellos días? ¿Cómo no le saqué más el jugo a todos aquellos brillantes profesores y juristas que tuve la dicha de tener como mis profesores? ¿Por qué matriculé, en más de una ocasión, con aquel profesor famoso por malo y que se pasa fácil? Y ¿por qué sí lo hice con grandes maestros, en aquellos temas que me interesaban? Muchas y muy variadas son las posibles respuestas y que a lo mejor no vienen al caso.
Pero, aquí me tienen: soy no solo profesional, sino también profesor. Profesor, gracias, no solo a mi empeño, sino también y en gran medida, a la admiración que aún profeso por algunos de ellos, que fueron el motivo primordial para hoy tratar de enseñar y ocupar sus lugares.
Muchos años después de haber terminado mis estudios y con años de experiencia docente, me pregunto: ¿ha influido mi rol de estudiante y todas sus vivencias con la manera de construir conocimientos que tengo hoy día?
La respuesta es categórica con un rotundo: por supuesto. Aquellos profesores que me motivaron, sin proponérselo, a que hoy sea docente. Aquellos profesores que por malos, hoy me motivan a ser diferente a ellos.
Los profesores debemos ser grandes motivadores. Aprovechar nuestras emociones y las de los estudiantes –como parte esencial de nuestra vida– para crear expectativa, estímulos positivos y cambio. Esto solo lo lograremos si somos capaces –sabiéndonos guías, formadores y facilitadores– de identificarnos con los estudiantes, su entorno y sus emociones y de esta manera poder conducir a la construcción de conocimientos específicos de acuerdo a la materia que impartimos, ofreciendo recursos didácticos que identifiquen y motiven al discente.
Un estudiante seducido y motivado es, en potencia, un gran profesional y, ¿por qué no?, un gran docente.