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Morir en Navidad

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Si por primera vez viviéramos la Navidad y alguien que no supiese nada de esa fiesta nos pidiese una descripción somera, la iconografía nos saldría a borbotones: luces de colores, villancicos, envoltorios brillantes, buenos deseos, dulces, rompope y un obeso barbudo vestido de rojo como imagen corporativa; en fin, un alud de azúcar –real y metafórica– bajo el cual enterrarnos por un rato, con el corazón reblandecido, una suerte de tregua edulcorada al desgaste de un calendario a punto de caducar.








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