La señora Floribeth Mora se ha salvado de una muerte que, según los médicos, estaba anunciada en razón de un aneurisma. Sucedió lo inesperado. Su enfermedad desapareció de la noche a la mañana sin dejar huella, como por acto de magia. Los médicos no han encontrado una respuesta para tan significativo evento.
La Iglesia Católica ha sentenciado que la sanación es obra de un milagro de Dios, por medio de Juan Pablo II (q.D.g). El papa viajero, ahora, se encuentra a un paso de ser considerado santo.
La reacciones de la opinión pública, como es de esperarse, han sido lo más variopintas posibles. Los católicos –y algunos que profesan otras religiones- aplauden la decisión del Santo Pontífice y del Vaticano sobre la santificación de Juan Pablo II. Otros, en la acera del frente, atribuyen el caso a un “circo mediático” creado por la Iglesia Católica para recobrar la credibilidad que, poco a poco, ha ido cediendo ante otras religiones.
En lo propio, me siento muy feliz de que un ser humano haya sanado de una enfermedad mortal. La vida es el bien más preciado. Por eso, que una mujer enferma se recupere de un padecimiento mortal debe llenarnos de esperanza a todos, hombres y mujeres, pues detrás de esa sanación hay hijos y familiares que la festejarán por siempre.
En este mundo hay fenómenos inexplicables. Cuando el ser humano se enfrenta a lo desconocido, tiende a sentir desconfianza y miedo. Entonces busca cualquier excusa para deslegitimar lo que está viendo o sintiendo.
Un milagro es sin duda un acto puro de fe, pleno convencimiento de que la religión o una determinada persona tienen el poder de sanación mediante la palabra de Dios.
La teología, precisamente, busca arraigar la fe en el convencimiento de algo que no se puede tocar pero sí puede sentirse en el corazón. ¿Por qué no pensar que una persona puede ser sanada por un ser superior a quien no conocemos en persona? Este mundo no se creó solo, mucho menos los seres humanos, y para ello tuvo que mediar el poder supremo y desconocido de un ser superior que puede más de lo que nosotros alcanzamos a ver y sentir.
Plácemes para doña Floribeth y los suyos por el regalo que la vida le ha dado. La opinión pública debe entender este hecho como un verdadero mensaje de esperanza entre tanto caos reinante en el mundo.