Solo las personas son portadoras de derechos. En consecuencia, las ideas no deben “respetarse”. Para que haya progreso en el conocimiento, las ideas, conceptos, hipótesis explicativas, dogmas, no son sujeto de derecho, en virtud de lo cual son criticables, refutables, contrastables, sustituidas por otras, etc. Veamos lo que entiende el Magisterio Eclesial (ME) por “método” teológico y sus implicaciones.
Su eje, el silogismo.
Hay gran cantidad de este tipo de razonamiento en la teología anterior a san Anselmo (s. XI), pasando por Tomás de Aquino (s. XIII) y hasta nuestros días (desde Cano, Toledo, Suárez, la teología dogmática actual.). Así, por ejemplo, ante la pregunta ¿Existe Dios?, san Anselmo responde con un silogismo para llegar a su existencia: “Dios es aquello mayor que lo cual nada puede pensarse”. Descompongamos el argumento en premisas y conclusión: El ser prefecto existe necesariamente (primera premisa). Dios es el ser perfecto (segunda premisa). Por tanto, Dios tiene necesariamente que existir (conclusión). Este argumento es incorrecto lógicamente porque el ‘existir’ de la primera premisa es ideal en nuestra mente, mientras que en la conclusión es existencial. Hubo un salto sin demostración que va de lo lógico (ideal) a lo ontológico (existencial), en virtud de lo cual este silogismo es inválido lógicamente y, por ende, no hubo demostración de la existencia de Dios.
También los hay válidos: “En Cristo hay unidad de persona, pero es así que a la persona tiene que atribuirse el ser, luego en Cristo hay unidad de ser” (Tomás de Aquino, III S.Th., q. 19). Como se ve, el primer enunciado es una verdad revelada, el segundo un principio filosófico, y la ‘conclusión teológica” (que no ha sido revelada en sí misma) se deduce por necesidad –lógica–.
Esta manera de argumentar es siempre un círculo vicioso, pues se pretende demostrar la conclusión - haciéndola derivar de una “verdad revelada” o universal –que en realidad ya se la supone demostrada–. Este tipo de razonamiento abunda en teología, pero “¡Ay, Adso, qué confianza tienes en los silogismos! Lo único que tenemos es, otra vez, la pregunta”. (U. Eco, El nombre de la rosa, 4to. día, laudes).
El método teológico.
Lo que encanta del silogismo a los teólogos dogmáticos (a quienes les tienen que rendir pleitesía los biblistas) es su universalidad, ajena a la contrastación científica. Dicho en lenguaje creyente: la teología –al servicio del ME– trata de iluminar y aclarar la comprensión de la fe cristiana.
El teólogo no es un investigador cualquiera, pues, ante todo, es un hombre de fe (casado previamente con las verdades que profesa) y hacer teología equivale a una reflexión desde la experiencia vivida de la fe, tratando de resolver la instancia de la razón y de la fe. La teología parte del conocimiento de la fe (depositum fidei) que tiene el Magisterio... y punto.
Método científico.
La esencia de la ciencia moderna es el método, a saber, un camino “planificado, reflejo, continuo y críticamente seguro que conduce a una meta del entendimiento totalmente determinada”, el cual no puede ser aplicado sin más a la teología, pues esta “exige la fe y la contemplación de la verdad misma”.
La teología pertenece al ámbito de lo que la tradición llama ‘sapientia’, es decir, es una experiencia y, al mismo tiempo, un conocimiento de Cristo. En el caso particular de Jesús, asumirlo desde la teología dogmática, como Dios y hombre verdaderos, hace que se llegue a contradicciones implícitas en los conceptos de divinidad y humanidad, por ejemplo: si Jesús/hombre es un viviente –y Dios–, entonces siente y, si siente, entonces recibe placer y dolor, pero “dolor significa turbación”, y si Dios es capaz de turbación, entonces es mortal. Metodológicamente, el cometido de la teología radica en elaborar de manera lógicamente exacta (silogismos) y “verificable” (esto es, ‘desde’ las “verdades reveladas” o profesadas), el mensaje cuya verdad se cree por fe.
Este método ‘teológico’ es ideológico porque esconde la falacia de petición de principio. Es más, el ME (los obispos en los concilios ecuménicos y el Papa) estaría por encima de las Sagradas Escrituras (!): la obediencia (la institución) es lo primero, luego la “verdad” (cuyos presupuestos no han logrado justificar). Esto es un timo epistemológico.
Lo epistemológico.
Contrario a la investigación crítica (plausible) sobre Jesús, el catolicismo ha guardado silencio sobre los límites y alcances del conocimiento que ha construido como saber a lo largo de centurias, es decir, la teología dogmática, y a la cual se subordina la exégesis bíblica.
El método teológico no versa sobre un objeto de estudio –el historiable Jesús–, sino sobre ‘lo que se ha construido’ (como verdades de fe a la luz de los concilios), lo cual hace en muchos sentidos que las afirmaciones de fe del catolicismo sean una ‘eiségesis’ en los textos bíblicos.
Para la investigación crítica sobre Jesús no hay sucesos metahistóricos (o presupuestos: divinidad de Jesús, resurrección, etc.), aunque la reflexión confesional –desde el Magisterio Eclesial– los disfrace de “verdad revelada”. Por ende, Magisterio o investigación crítica, pero no ambas.