Costa Rica ha sido mostrada al mundo por la publicidad comercial y oficial como un país ejemplar en la conservación del ambiente, un país verde. Se destacan su sistema de áreas protegidas, su vocación por la energía limpia y otras cualidades que la hacen un país “sin ingredientes artificiales”. Sin embargo, la verdad detrás de nuestra imagen verde debe ser conocida, porque la ciudadanía y el mundo pueden pensar que nuestro ambiente y biodiversidad están a salvo. Nada más falso.
Podemos sentirnos orgullosos de nuestras áreas protegidas, particularmente de nuestros parques nacionales, que cubren ahora casi el 25% del país. Estas áreas brindan protección a ecosistemas y especies que de otra manera hubieran desaparecido. Las áreas protegidas han convertido a Costa Rica en una meca del ecoturismo mundial, y muestran que la contradicción entre conservación y desarrollo es falsa. Los parques nacionales protegen solo una fracción de nuestra naturaleza, y sufren de desfinanciamiento crónico y conflictos en sus límites, pero representan aun así un logro indiscutible de nuestro país. Algo a ser recordado ahora que maniobras del ICE y del Minae intentan entrar dentro de sus límites para la explotación geotérmica y posiblemente en el futuro la hidroeléctrica.
Por otro lado, nuestro modelo desarrollo económico nos ha llevado por un camino muy diferente a las idílicas imágenes de naturaleza feliz que adorna la publicidad del ICT; hay muchos temas ambientales en los que Costa Rica está debiendo, pero podríamos limitarnos a discutir lo que hacemos con el elemento básico de la vida: el agua. En materia de la conservación de nuestras aguas, estamos muy lejos de ser ejemplo para el mundo. Según un informe de la Contraloría General de la República, 25 de las 34 cuencas hidrográficas del país están contaminadas. La misma suerte están corriendo las fuentes de aguas subterráneas cerca de los centros urbanos.
El Gobierno y las empresas inmobiliarias continúan impulsando la urbanización de zonas de recarga acuífera, en la cresta de un desarrollo urbano que pareciera intencionalmente desplanificado. Mientras se construyen palacios y centros comerciales, solo el 6% de la población descarga las aguas residuales en sistemas de alcantarillado sanitario con tratamiento. Los ríos y las zonas costeras son los principales afectados por la erosión y el aumento de los focos de liberación de contaminantes producto de este crecimiento urbano e industrial. Y resulta curioso que ha sido el propio turismo, atraído por el atractivo de nuestro naturaleza, uno de los principales agentes de destrucción ambiental de filas montañosas, humedales y áreas costeras. En mi trabajo como biólogo en la Zona Sur, he sido testigo del asalto mecanizado a la Fila Costeña del cantón de Osa, donde cerros enteros desaparecieron de la noche a la mañana para abrir caminos y terraplenes.
Mención aparte merece la afectación de nuestras aguas por los agroquímicos y la erosión de los suelos que han resultado de la incontrolable expansión piñera, una catástrofe ambiental que ningún gobierno ha osado enfrentar. Siguiendo los dictados del mercado internacional, las plantaciones piñeras se han extendido a decenas de miles de hectáreas, donde las prioridades no son las futuras generaciones, sino la producción en masa de fruta al menor costo posible. ¿Qué más se puede decir de un cultivo que obtiene su producto, desde la preparación del suelo para cultivo hasta la eliminación de los residuos, de una lluvia de agroquímicos y de la construcción de canales que erosionan los suelos? La insensatez de la expansión piñera, junto con el abuso de agroquímicos en otros cultivos, como las hortalizas y el banano, han llevado a un creciente aumento de las importaciones de estos venenos y a convertir a Costa Rica en uno de sus mayores consumidores mundiales por hectárea agrícola.
Es interesante que en el tema energético el Gobierno haya pintado una imagen igualmente distorsionada de país verde. Se muestra a Costa Rica como un país ejemplo por utilizar un alto porcentaje de consumo energético basado en energías “limpias”, especialmente la hidroeléctrica. Pero se oculta el hecho de que las energías limpias no son tan limpias, y que desperdiciamos el petróleo importado esencialmente en el mantenimiento de nuestro transporte vehicular, que llegó a la cifra de poco más de 1,200,000 vehículos en el 2011, y a la cual se le agregan 165 vehiculos por día, segun las estadísticas de este año. El incremento del ruido y la contaminación del aire son las primeras consecuencias de esta marea de vehículos importados.
La expansión de las represas hidroeléctricas y de las redes de transmisión a lo largo de nuestras cuencas hidrográficas representa un daño ambiental a los ecosistemas fluviales, al cambiar radicalmente el ambiente físico y biológico en los ríos represados. Solo en la cuenca del río San Carlos existen ya 17 proyectos hidroeléctricos, y decenas más están en fila proyectando el represamiento de los ríos mejor conservados y hermosos de nuestro país. ¿Es esta realidad una matriz energética limpia?
El panorama es desalentador, pero mucho podemos hacer como ciudadanos para hacer realidad el mito del país verde. Podemos comenzar por defender nuestros parques nacionales y áreas protegidas de los intentos de usarlos como fuente energética para abastecer nuestro caótico desarrollo. Irónicamente, corremos el riesgo de perder la única razón válida para considerarnos especiales en el tema de la conservación.
Nota de la Editora: Este artículo fue modificado a las 9h40 am el 5/06/2013.