Nunca como ahora el mundo ha tenido una generación de jóvenes tan bien preparados, cultos, informados, llenos de conocimientos, con grandes habilidades y destrezas tecnológicas y con una capacidad investigativa casi ilimitada. Es con esta generación privilegiada de jóvenes costarricenses con la que quiero compartir unas reflexiones.
Creo entender muy bien la animadversión de buena parte de nuestros jóvenes a involucrarse en política, pues hemos creado una cultura en la que la función pública se percibe como intrínsecamente negativa; una cultura en la que cada quien se ocupa del próximo escándalo y nadie parece preocuparse por encontrar las mejores soluciones a los problemas que enfrentamos. Para muchos, el mejor político es el que hace más denuncias y más acusaciones, y no el que es capaz de proponer, inspirar y convencer, a fin de abonar el terreno en el cual pueda sembrar sus ideas.
Cínicos y demagogos. No hay que dejarse vencer por los cínicos, los demagogos, y por quienes solo saben ensuciar el debate público. Como he dicho otras veces, la política es la más poderosa herramienta para transformar la vida. No es vanidad creer que uno puede cambiar el curso de la historia, y que, con mucho trabajo y determinación, es posible alterar para bien la suerte de todo un pueblo.
Para ello, lo primero que se requiere es concebir una idea muy clara de la Costa Rica que uno sueña. No es posible participar en la vida pública de una sociedad, si no se tiene la claridad ideológica que le permita al futuro líder político, como muy bien nos lo dijo Max Weber, adoptar una postura, esto es, tener una opinión y defenderla sin temor y con valentía, no importa cuán impopular sea. Para llegar a tener esa claridad intelectual, no hay atajos: es necesario estudiar mucho, dedicarle mucho tiempo a la lectura y comenzar a hacerlo a muy temprana edad. Como decía don Pepe, “lo importante no es leer, sino haber leído”.
Ahora bien, la política no es para todos. Quien ingrese a la política debe tener una muy firme vocación de servicio público, lo cual implica actuar siempre en función de satisfacer el interés público por encima de los intereses individuales o de grupo. Cuando uno aspira a puestos de elección popular, se le elige para guiar y conducir a un pueblo y no necesariamente para complacerlo.
En mi primer gobierno, el Plan de Paz nunca fue popular, aunque sí era necesario para acabar con el conflicto militar que desangraba a la región centroamericana. De igual manera, en mi segundo gobierno nunca fue popular terminar con dos monopolios públicos obsoletos o insistir en la modernización de nuestro sistema de abastecimiento de energía eléctrica. La lucha por la paz en los años ochenta y la inserción de nuestra pequeña economía en la economía mundial mediante la aprobación del Tratado de Libre Comercio entre Centroamérica, República Dominicana y los Estados Unidos, así como los subsiguientes acuerdos comerciales con la República Popular China, Singapur, Panamá y la Unión Europea, son ejemplos de cómo el liderazgo político puede transformar ideas inicialmente impopulares en decisiones que el tiempo reconoce como las correctas.
Decidir es dividir. Es importante que nuestra juventud comprenda muy bien que decidir es dividir y que, al tomar una decisión, es inevitable polarizar a la población. Los pusilánimes que se niegan a tomar decisiones en puestos de mando que el pueblo les confió son cualquier cosa menos líderes. La política no es otra cosa que una lucha entre distintas visiones de mundo, y cada vez que uno decide a favor de una cosa y en contra de otra, necesariamente alguien queda descontento. En alguna oportunidad se preguntó Winston Churchill: “¿Tienes enemigos? Bien. Eso significa que has defendido algo, alguna vez en tu vida”.
Pero no hay que tener miedo a entrar en esta arena: Costa Rica reclama nuevos líderes. El país está sediento de una nueva generación de dirigentes bien formados, con los valores éticos que nuestro pueblo demanda, y con la valentía de reconocer que no hay virtud en rechazar la función pública, sino en aceptarla a pesar de los riesgos.
Riendas del destino. Quiero decirles a quienes integran la patria joven que no es prudencia mantenerse alejados de la política. No es prudencia posponer indefinidamente la vocación de servir. Es tan solo conveniencia y temor.Su tiempo es el presente. Su liderazgo se necesita aquí y ahora mismo. Tomen en sus manos las riendas del destino. No esperen a que otros les hereden un país distinto al que sueñan. No es necesario comenzar haciendo cosas grandes: los grandes fuegos se inician siempre con una chispa, pero no renuncien a pensar en grande.
Ya lo dijo Goethe: “El mejor destino que se le puede dar a una vida es dedicándola a algo que dure más que la vida misma”.