A finales de noviembre y principios de diciembre de 1999, Jim Yong Kim se encontraba en las calles de Seattle, Estados Unidos, donde se manifestaba en contra de lo que podría llegar a acordarse en la Tercera Conferencia Ministerial de la Organización Mundial de Comercio (OMC). La conferencia resultó en un fiasco, los opositores impidieron que concluyera la Ronda del Milenio.
La “batalla de Seattle” se consideró un triunfo para el movimiento antiglobalización, principalmente para los sindicatos norteamericanos, y una derrota para muchos de los países miembros de la OMC, incluida Costa Rica, que veían en una mayor liberalización del comercio un instrumento idóneo para mejorar la calidad de vida de sus poblaciones.
Hace solo unos días, el mismo Jim Yong Kim, expresidente de la prestigiosa Universidad de Dartmouth y ahora presidente del Banco Mundial, presentó en Ginebra los resultados de un estudio realizado junto con la organización a la que antes tanto se opuso: La función del comercio en la eliminación de la pobreza (http://bit.ly/1eY69cf).
Allí subrayó que la promoción de un comercio más libre e inclusivo es un elemento esencial del plan que tiene el Banco Mundial de eliminar la pobreza extrema para el 2030. Y añadió, con base en los datos de ese estudio, que la evidencia demuestra que los ciudadanos de los países que se han integrado a los mercados regionales y globales, obtienen beneficios sustanciales.
Beneficios. Estos son los datos a los que el Sr. Kim se refiere: la participación de los países en desarrollo en el comercio mundial se ha incrementado desde el 2000, de un 33% a un 48%, lo cual ha permitido estimular el crecimiento en los países de renta baja y media, y acelerar la reducción de la pobreza.
Entre 1990 y el 2010, los beneficios del comercio en los países en desarrollo contribuyeron a reducir a la mitad los porcentajes de la población que vive en pobreza extrema.
La participación de China en el comercio global le ha permitido reducir la pobreza extrema de un 36% en 1990 a un 6% en el 2011. En Vietnam, la reducción ha sido de un 60% a un 3%. En Camboya, cayó de un 30,8% a un 10,1%. En pocas palabras, en los últimos 25 años el mundo logró sacar mil millones de personas de la pobreza extrema gracias a los beneficios del comercio internacional.
Por ello, el Banco Mundial y su presidente Kim abogan por dinamizar las negociaciones multilaterales de la OMC y, además, por la pronta ratificación y puesta en marcha del Acuerdo Sobre Facilitación del Comercio, como uno de los medios para reducir los costos de comerciar.
La reducción de los costos dentro de los países debe acompañar al proceso de liberalización entre los países, pues este último, aunque indispensable, por sí solo no siempre es suficiente.
Esos costos pueden verse incrementados por debilidades institucionales; infraestructura o sistemas de transporte o de energía deficientes; trámites excesivos o procedimientos innecesarios; falta o mal acceso al crédito, a la información, a la educación relevante o a la tecnología y la innovación, entre otros, todo lo cual reduce las posibilidades de crecer, afecta las ganancias de los productores y la generación de empleo y limita los beneficios del comercio, principalmente en perjuicio de los más pobres.
El norte. Este es el camino que deben seguir muchas naciones (cada una con diferentes retos) y debe ser también el camino en Costa Rica. No se trata de revertir la liberalización comercial entre países, mediante la ejecución de medidas proteccionistas que no ayudan en nada a la competitividad de los productores y, más bien, los adormece, sino de avanzar en la reducción de los costos y el mejoramiento de las condiciones para producir dentro del país, de manera que los beneficios del comercio exterior puedan extenderse a mucho más gente, en especial en las zonas rurales, entre los que hoy trabajan en la informalidad y en los hogares con jefatura femenina.
Sin duda es un camino más empinado y quizás políticamente menos gratificante visto a corto plazo, pero es el único que nos hará avanzar sustancialmente hacia una integración más inclusiva en los mercados globales y, por ese medio, retomar la reducción de la pobreza, que si bien logró disminuirse de manera importante en los noventa –luego de la catástrofe de finales de los setenta y principios de los ochenta–, ha permanecido estancada en la últimas décadas.
La respuesta es más y mejor integración comercial, no menos de ella. Basta con leer la evidencia.
Francisco Chacón es abogado.