En los últimos días, el periódico La Nación ha publicado dos importantes noticias sobre una nueva política del Vaticano que implica un cambio radical –y beneficioso– con respecto a la práctica de sus antecesores de defender, hasta las últimas consecuencias, a sacerdotes pedófilos y a obispos que los han protegido u ocultado. Se enciende así una luz de esperanza para las numerosas víctimas de esta criminal conducta sexual de sacerdotes que siempre han contado con ayuda y protección del propio Vaticano.
Esta nueva política, sin embargo, no ha sido bien recibida por la Asociación Estadounidense de Víctimas Sexuales. “Mientras los curas que han encubierto crímenes sexuales vayan a ser juzgados por otros curas, nada cambiará”, lamentó en un comunicado esta asociación.
Tienen cierta razón para estar pesimistas. A pesar de sus sufrimientos, durante muchos años siempre han chocado contra el muro de la indiferencia y del rechazo de las más altas autoridades eclesiásticas.
Los casos de abuso sexual de niños por parte de sacerdotes son innumerables y han ocurrido durante muchos años. No solo los sacerdotes sino también las monjas, como sucedió en las lavanderías de las Magdalenas, en Irlanda, donde las Hermanas de la Misericordia de Nuestra Señora de la Caridad y las del Buen Pastor mantuvieron en esclavitud a centenares de mujeres y niñas que sufrieron humillaciones, abusos sexuales y torturas físicas y sicológicas.
Esta situación obligó al primer ministro Irlandés, Enda Kenny, a ofrecer disculpas en nombre del Gobierno a las más de 10.000 mujeres y niñas que sufrieron durante tanto tiempo maltrato y abuso sexual.
También es conocido el caso del padre Lawrence Murphy, quien siendo director de la escuela para niños sordos en Wisconsin abusó sexualmente de más de 200 menores durante muchos años.
El papa Benedicto XVI se enteró cuando todavía era el cardenal Joseph Ratzinger, pero nunca tomó ninguna medida al respecto hasta que no tuvo más remedio que iniciar un proceso contra él, para lo cual recomendó, sobre todo, mucha discreción.
El proceso se detuvo cuando Ratzinger recibió una carta de Murphy, en la que le decía que estaba arrepentido y, además, enfermo. Al final, el sacerdote murió sin castigo y fue enterrado con su hábito sacerdotal y con los honores acostumbrados.
Sin parangón. Tal vez el caso más grande de pederastia fue el del fundador y director de la Legión de Cristo, Marcial Maciel, quien no solo abusó de muchos niños sino también de varias mujeres con las que tuvo seis hijos de los que también abusó.
Fue protegido por los papas Juan Pablo II y Benedicto XVI, pues llevaba mucho dinero al Vaticano. Al final, el pontífice le indicó que debía renunciar a la Legión de Cristo y pasar el resto de su vida en “oración y penitencia”, lo cual se supone que hizo en la lujosa mansión que poseía.
Una muestra muy clara del cambio de la política de ocultamiento y protección de los sacerdotes pedófilos es el juicio que debe enfrentar el ex nuncio apostólico Jósef Wesolowski, quien, durante el tiempo que fue representante del papa en la República Dominicana, abusó de muchos niños pobres a quienes también entregó materiales pornográficos. La primera audiencia del juicio está programada para el 11 de julio.
Contra lo que piensan los miembros de la asociación estadounidense en la que se concentran las víctimas de abuso sexual por los sacerdotes, me parece que las nuevas medidas del papa Francisco significan una luz de esperanza para el mundo católico; se le debe dar la oportunidad de ver si funcionan y si de esa manera acaban con este flagelo que han sufrido los seres más débiles, como lo son los niños, a los que todos tenemos la obligación de cuidar y defender, pues son la semilla que con el tiempo se convertirá en el árbol frondoso que es la humanidad.
(*) El autor es periodista