Hace unos meses, en la última marcha contra el maltrato animal a la que asistí, un señor renegaba intensamente contra la “manada de vagos” que en lugar de protestar contra el maltrato infantil obstaculizaba la calle para clamar por los derechos de los animales (¡menudo sacrilegio considerar que tienen derechos!).
El señor ignoraba dos cosas importantes: primero, que habitualmente quienes vamos de “chancletudos” a esas marchas, vamos a todas las demás (no hay discriminación de causas en tanto los derechos fundamentales estén en juego); y, segundo, la posible correlación que por muchos años se ha estudiado entre la violencia contra los animales y el abuso de otros seres humanos (generalmente de mujeres y niños).
Por ejemplo, la tortura, el sadismo y la ausencia de empatía ante el dolor ajeno son conductas comúnmente encontradas en la infancia de muchos asesinos en serie. Igualmente, la violencia siempre es violencia. Más allá de que sea contra las personas o contra los animales, denota que el perpetrador es un individuo con tendencias y arrebatos de violencia; por ende, impredecible y potencialmente peligroso.
La oleada de crueldad animal que estamos viendo últimamente no responde a casos aislados; es conducta de todos los días. Basta con seguir las redes sociales de organizaciones rescatistas para conocer los muchos ejemplos que no se difunden en medios de comunicación convencionales para darse cuenta de la magnitud del problema.
Indirectamente, la puesta en marcha de un régimen que penalice la violencia contra los animales podría estar relacionada con la prevención de futuros casos de violencia contra las personas. Seguir permitiendo el maltrato animal sin repercusiones legales significaría dar vía libre a futuros agresores, entendiéndose por “futuros” no solo los menores que agreden a los animales en su infancia y adolescencia, sino también los adultos que, acostumbrados al empoderamiento generado por este tipo de violencia impune, cometan similares actos atroces contra seres humanos.
Este modo de ver la violencia contra los animales es antropocéntrico y no necesariamente es considerado por quienes creemos que los animales merecen algo mejor por el solo hecho de ser seres vivos; sin embargo, si como argumento contribuye a que en el país se implemente definitivamente la legislación oportuna, pendiente en la Asamblea Legislativa, bienvenido sea.
La autora es abogada.