En la actividad cafetalera nacional, desde siempre, han participado costarricenses que han entregado su talento y esfuerzo para crear y difundir bienestar en el país. Los ha habido desde los centros de enseñanza, instituciones públicas, empresas privadas (grandes y pequeñas), individuos particulares, investigadores de campo, extensionistas agrícolas y profesionales especializados. Pero lo más importante es que siempre ha existido una integración general en busca de lo mejor para el país a través de la actividad cafetalera. Parece que la mata de café tiene la energía, o la magia, necesaria para facilitar que las personas se pongan de acuerdo casi en forma natural.
Dentro del gran grupo de personas que se relacionan con la actividad, se debe colocar, en un lugar especial, al mandador de la finca, o conocido solo como “el mandador”. Es una figura que ha realizado una labor de gran trascendencia en el país, no solo en la actividad cafetalera; también, a veces, en tareas de importancia para la comunidad en que habita. Históricamente, muchos caseríos y pueblos se han desarrollado alrededor de fincas cafetaleras. Al inicio fue la finca, a partir de ahí, el progreso en la infraestructura social y material. Hoy, con el desarrollo vertiginoso de las comunidades en tan poco tiempo, quizá cuesta notar esa realidad.
Su tarea. El nombre del mandador es muy curioso, en el sentido de que no se limita a dar órdenes, como el término podría darlo a entender. En realidad, la actividad que lleva cabo es observar, encargar, delegar, medir y confiar a otros las responsabilidades compartidas.
Toda finca de café necesita personas para realizar las diferentes labores que el cultivo demanda. Existe personal que se dedica a labores administrativas y contables en la parte de oficina. También, hay personal que se desempeña en transportes y servicios. Propiamente, en la labor de campo se cuenta con las cuadrillas de peones, quienes son los operarios que llevan a cabo labores de mantenimiento, como el combate de las malezas, abonamientos, renovación de plantaciones, producción y manejo posterior de la cosecha.
En este grupo de peones, es normal encontrar personas de muy diferente carácter, preparación y temperamento, como en todo grupo humano. Aquí, en la labor diaria, es donde comienzan algunas personas a destacarse. Tienen una actitud diferente, con inquietudes y características de liderazgo.
Este individuo llama la atención por su comportamiento, su agilidad mental y, sobre todo, por su notable inteligencia emocional. Es muy posible que una de estas personas llegue a convertirse en el mandador de la finca, pues se da una especie de selección natural dentro del grupo.
En su faena, procurará la solución de los asuntos que se presentan en el campo y, cuando encarga una tarea a algún peón, el mandador conoce cómo se hace porque la ha realizado antes. Tiene habilidad natural para trabajar en equipo. Para cada labor, en el manejo de la finca, escoge a su gente, unos porque ya tienen la práctica, otros porque tienen la capacidad para aprender.
Es un individuo que tiene mucha “chispa” y gran capacidad para disfrutar de su quehacer laboral. El trabajo al campo, donde se comulga con la naturaleza, permite un entrenamiento que, además de instruirnos sobre los cultivos, enseña a ver la vida con sencillez. Cuando una persona siembra una planta, la llena de cuidados, la observa crecer, hasta que llega a dar su cosecha. El espíritu de ese hombre se llena de gozo y, lo magno de la Naturaleza, moldea un espíritu especial en aquel ser.
Sobre la marcha. El Mandador es muy creativo, ha tenido que resolver situaciones sobre la marcha con los recursos disponibles en el momento. Como anécdota, en la visita a una finca en la zona de Pérez Zeledón, el mandador explicó, luego de preguntársele cómo había hecho para definir el trazado del camino en una área de potrero de pendiente irregular y sin la asistencia de un topógrafo, que ellos acostumbran poner a caminar una yunta de bueyes y los arrean desde atrás. La huella que la yunta deja en su caminar se toma como referencia para construir el nuevo camino.
Cuando se trata de hacer la poda de los árboles que sombrean la plantación, el mandador debe externar lo mejor de su juicio, porque debe hacerse de manera sensata: “ni tanto que queme al santo, ni tampoco que no lo alumbre,” como dicen algunas personas. Si se corta mucha rama, entrará mucho sol en verano; si se cortan pocas, habrá mucha humedad en el cafetal en época lluviosa. Las ramas y hojas cortadas luego se descomponen y la materia orgánica enriquece el suelo. En este aspecto, el mandador ha sido siempre un cuidador del ambiente, asunto de tanta importancia actualmente.
Dentro de una circunstancia sociocultural costarricense tan especial, es común encontrar profesionales y especialistas en muchos campos y actividades, descendientes de padres que fueron mandadores de fincas cafetaleras. En realidad, el mandador es el reflejo de ese costarricense respetuoso, bueno, honesto y trabajador dedicado a la labor agrícola, que, con orgullo, nos muestra los frutos que ha logrado obtener de las plantas y de la tierra.
Sirva este comentario como un reconocimiento a tantas personas que han dado lo mejor de su vida en provecho de la actividad cafetalera, así como un modesto homenaje al mandador.