MOSCÚ – Al cancelar la cumbre agendada con su par ruso, Vladimir Putin, en Moscú, el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, puso fin de hecho a sus cuatro años de intentos de “reiniciar” la relación bilateral. La reunión de ambos mandatarios durante la reciente cumbre del G-20 en San Petersburgo fue cortés, pero no cambia la situación. A pesar de la nueva iniciativa rusa para intentar resolver la cuestión de las armas químicas de Siria, el intercambio de dardos retóricos no se detiene.
A nadie debería sorprender que este “reinicio” haya fracasado, pues siempre estuvo asentado sobre cimientos muy endebles. De hecho, si bien la causa inmediata de la decisión de Obama de cancelar la cumbre en Moscú fue que Putin concediera asilo temporario al exsubcontratista de Inteligencia de los Estados Unidos, Edward Snowden, la relación bilateral da tumbos desde hace mucho tiempo. En el 2011, cuando Estados Unidos y sus aliados convencieron al expresidente de Rusia, Dmitri Medvedev, de no bloquear una resolución de las Naciones Unidas para imponer una zona de exclusión aérea sobre Libia y luego lanzaron un bombardeo militar a gran escala sobre el país, que colaboró con la caída del régimen, los funcionarios rusos dijeron que los habían engañado.
La relación se ha deteriorado aún más desde el retorno de Putin a la presidencia el año pasado, por desacuerdos en temas como el control de armamentos, los sistemas de defensa misilística y los derechos humanos. Por ejemplo, a fines del año pasado, el Congreso de los Estados Unidos impuso sanciones para los funcionarios rusos implicados en violaciones de los derechos humanos, a lo que Rusia respondió prohibiendo la adopción de niños rusos a familias estadounidenses.
Además, por más que Obama y Putin lleguen a un acuerdo sobre la remoción de armas químicas de Siria, la política de Estados Unidos sigue siendo favorable al derrocamiento del presidente Bashar Al Assad, mientras que Rusia sigue apoyando al régimen por temor a que su caída provoque el ascenso al poder de un gobierno sunnita radical (o el caos). Yéndonos más hacia el este, la cooperación de Estados Unidos y Rusia en la transición de posguerra en Afganistán tampoco se está dando de la manera prevista.
Pero, a pesar del innegable deterioro que estos desacuerdos provocaron en los vínculos ruso-estadounidenses, la razón real de las fisuras en la relación bilateral es más profunda. En vez de reconocer que la geopolítica del mundo ha cambiado y ajustar su relación en respuesta a esos cambios, los funcionarios estadounidenses y rusos siguen atados a una dinámica obsoleta del fin de la Guerra Fría.
Aunque Rusia y Estados Unidos conservan la capacidad de destruirse mutuamente varias veces, hace mucho que no tienen intenciones de hacerlo. Pero admitir la inexistencia de una amenaza de ataque directo hubiera sido políticamente imposible al término de la Guerra Fría, cuando la estabilidad internacional todavía parecía asentarse en el equilibrio bilateral.
Hoy, pensar que uno de los dos países lance un ataque nuclear contra el otro parece casi ridículo. Por eso, habría que olvidar la herencia de la Guerra Fría y atender a otras cuestiones como, por ejemplo, asegurar que el ascenso de China se desenvuelva en modo pacífico, impedir que el caos que actualmente sacude al mundo árabe se extienda fuera de la región, limitar la proliferación de armas nucleares, y contribuir a los esfuerzos internacionales para encarar problemas como el cambio climático, la escasez de agua, la seguridad alimentaria y el ciberdelito.
Pero, en vez de embarcarse en iniciativas conjuntas para promover los intereses comunes de ambos países en estos temas, Estados Unidos propuso centrar el reinicio diplomático en la reducción de armas nucleares. Los diplomáticos rusos, que en gran medida también siguen pensando como durante la Guerra Fría, aceptaron. Y de un día para el otro, los dos países volvieron a sentarse a la mesa del desarme como dos viejos amigos que se reencuentran después de mucho tiempo.
Las negociaciones posteriores produjeron el muy celebrado nuevo Tratado de Reducción de Armas Estratégicas (el nuevo START), que, aunque hace poco por promover el desarme, sirvió a ambas partes para obtener rédito político y reforzó la relación bilateral. Pero, al poco tiempo, Rusia rechazó una propuesta estadounidense de hacer más reducciones (especialmente, en el campo de las armas nucleares tácticas, donde tiene ventaja) y las conversaciones se estancaron.
El arsenal nuclear es uno de los últimos pilares que le quedan a Rusia de su condición de “gran potencia”, así que el Kremlin puso como condición para aceptar esas reducciones que Estados Unidos diera garantías vinculantes de que su propuesta de escudo antimisilístico europeo no va dirigida a Rusia. La opinión (probablemente infundada) de Rusia es que ese escudo podría interceptar los misiles balísticos intercontinentales rusos y plantear de ese modo una amenaza estratégica.
Con la esperanza de resolver el impasse , Obama dio señales de que estaba dispuesto a ceder, pero Putin tenía pocos motivos para devolver el gesto; al fin y al cabo, llegar a un acuerdo en ese tema hubiera dejado vía libre para continuar con las reducciones de armamento nuclear. Además, miembros de la élite militar y política rusa contaban con usar parte de los ingresos petroleros del país para desplegar una nueva generación de misiles intercontinentales balísticos. Y parece que en Rusia algunos empezaron a creerse su propia propaganda sobre el peligro planteado por el escudo antimisilístico europeo.
Con su énfasis en el desarme nuclear y en el nuevo START, la estrategia de Obama para el reinicio de las relaciones volvió a militarizar la relación ruso-estadounidense y marginó otras cuestiones que le habrían dado a los lazos bilaterales una orientación en el futuro. En este sentido, fue una iniciativa destinada a fracasar desde el primer momento, y todo el mundo ha sufrido las consecuencias. Es hora de que los líderes de ambos países reconozcan una verdad obvia: la reducción de armas nucleares ya no puede servir de base para las relaciones bilaterales.
Estados Unidos y Rusia pueden seguir poniéndose zancadillas todo el tiempo, o pueden usar el quiebre actual en sus relaciones para diseñar una nueva agenda de cooperación orientada al futuro y con énfasis en los problemas globales (por ejemplo, el caos actual en Medio Oriente). Ninguno de los dos países es capaz de resolver solo los problemas del mundo, pero, juntos (y sumando a China), pueden llevar al mundo hacia un futuro más estable y próspero.
Sergei Karaganov es decano de la Escuela de Economía Internacional y Asuntos Exteriores, de la Escuela Superior de Economía, en la Universidad Nacional de Investigación de Rusia. © Project Syndicate.