Philip Zimbardo y Steven Pinker ofrecen ejemplos de un comportamiento común en los seguidores de ideologías: disfrazar, disimular, ocultar y olvidar todo lo que perciban como una amenaza a sus creencias. Esto contribuye a explicar que hechos probados como el Holocausto o el propósito nacionalsocialista de exterminar al pueblo judío sean negados argumentando que se trata de ficciones o exageraciones; el mismo tipo de distorsión mental e histórica se observa cuando se actúa como si el genocidio de la dictadura estalinista hubiese sido un invento capitalista, o como si los experimentos patrocinados por los Estados Unidos, inoculando sífilis y otras enfermedades venéreas en soldados, reos y pacientes psiquiátricos guatemaltecos fuesen propaganda comunista.
Es desde alguna ideología que se defienden las dictaduras de seguridad nacional que asolaron América del Sur en los años sesenta y setenta del siglo pasado, afirmando que esos regímenes protegían la libertad, mientras desde otras creencias se promociona la violación de los derechos humanos en los territorios del socialismo del siglo XXI, calificándola como ejemplo de patriotismo y dignidad.
Horrores. Recuérdense hechos como los siguientes:
Malleus Maleficarum: así se llama el manual de tortura más completo que se publicó en la época de la persecución de brujas, allá por el año 1486. Se ha calculado que las torturas practicadas bajo la inspiración de ese libro llevaron a la muerte de sesenta mil personas o más.
Entre los muchos métodos de suplicio estaba “la sierra”. Se acusaba a una mujer de haber sido embarazada por un demonio, se le desnudaba y se le guindaba de los pies con la cabeza hacia abajo, luego, con una sierra, se cortaba su cuerpo hasta llegar al ombligo o al pecho. Y todo eso –decían los verdugos– era por amor, así justificaban su inventada condición de instrumentos de Dios.
Genocidios y violaciones en Nankín y Ruanda: en el año 1937, en Nankín (China), violaron y asesinaron a 80.000 mujeres. “Muchos soldados –explica Zimbardo– iban más allá de la violación y las destripaban. Les cortaban los pechos o las clavaban vivas a la pared. Obligaban a los padres a violar a sus hijas y a los hijos a violar a sus madres…” (Zimbardo, Philip. El efecto lucifer, p. 40-41). Humanos matando humanos, infringiendo dolor y sufrimiento a los más débiles y desprotegidos, y todo ello camuflado en sistemas de creencias y adhesiones emocionales, que en este caso eran de carácter nacionalista.
En Ruanda (1994) Pauline Nyiramasuhuko era una mujer declarada hija predilecta de la ciudad de Butare, conocida entre su gente por ofrecer conferencias sobre derechos humanos. Pero Pauline, tenida como humanista y liberadora de las mujeres y de los hombres, prometió a los habitantes de Butare que la Cruz Roja daría comida y refugio en el estadio de la ciudad, y cuando miles de personas llegaron al recinto se encontraron con soldados que los masacraron. Pauline ordenó rociar gasolina en el cuerpo de las mujeres, quemarlas y matarlas, pero antes de asesinarlas instruyó que las violaran.
Abu Ghraib (Irak): En el año 2003, militares estadounidenses, agentes de la CIA y contratistas, tomaron fotografías de los encarcelados a su cargo mientras estos eran sometidos a torturas. En esas fotografías se ve a soldados sonriendo mientras desnudan a los prisioneros, los golpean, les brincan sobre sus pies y manos, los obligan a formar pirámides humanas, a masturbarse y simular felaciones frente a mujeres que ríen al verlos, mientras otros militares toman fotos y videos. Y esto en el contexto de una guerra iniciada en nombre de la libertad.
Tiranías capitalistas: El odio sistemático e ideológico nunca ha dejado de operar en la historia latinoamericana. Se han creado miles de obras de arte para testimoniar la represión de las dictaduras de seguridad nacional, y, últimamente, se ha comprobado que en las tierras del socialismo del siglo XXI es común el “trato cruel, inhumano y degradante” en contra de los prisioneros políticos y manifestantes, así como la ejecución de diversas torturas: choques eléctricos, asfixia con gases, amenazas de muerte, golpes constantes y violencia sexual.
Nada de esto provoca en los seguidores cambio alguno, ellos siguen diciendo que las dictaduras de seguridad nacional defendían la libertad, y que el socialismo del siglo XXI es algo así como la perfección de la bondad.
Discurso militante. El seguidor guarda silencio, disimula, mira a sus pies y olvida al instante. Un caso ejemplar es el comportamiento de algunas fuerzas políticas latinoamericanas afines al socialismo del siglo XXI.
Como se sabe, ese socialismo es un tipo de tiranía capitalista que busca aniquilar al otro, al distinto, al que tiene otros intereses y otras ideas, al mismo tiempo que sustituye los derechos humanos con la voluntad libérrima y despótica de una persona o de un grupo de personas.
Los movimientos políticos hermanados con esa ideología se congratulan de ese capitalismo, lo defienden, lo siguen y lo desean para sus países. Imaginemos el discurso de algún seguidor y militante de estos grupos: “Los otros, los distintos, los enemigos –se le escucha decir– son criaturas desorientadas, traidoras, golpistas, apátridas, vendidas al imperialismo, ignorantes de la felicidad socialista, comunal e igualitaria. Si se les tortura y se les hace desaparecer es inevitable… Todo sea por amor… Organicemos seminarios, mesas redondas, conferencias y jornadas de reflexión en apoyo a este nuestro sistema, antesala del paraíso. Y no se nos olvide proclamar que esta sociedad que defendemos no es capitalista, sino socialista, colectivista, comunal. Después del sufrimiento, del odio vigoroso a los oligarcas y de la tiranía bienhechora, entraremos al paraíso”.
Haga usted la prueba, modifique algunos giros de este discurso militante que he imaginado, cambie ciertas palabras y obtendrá la misma macabra alucinación, sea en nombre de la igualdad, la raza, la clase social, el partido político, la revolución, el mercado, el líder; lo decisivo para el seguidor es glorificarse al mismo tiempo que se tortura y aniquila al enemigo.
¿Qué hacer? En Costa Rica, nunca ha reinado la pragmática del odio típica del seguidor de ideologías, con su lenguaje divisivo y amargo; y para fortalecer este hecho es cardinal profundizar los logros alcanzados en los últimos treinta y cinco años, tales como el incremento de 19 por ciento en el Índice de Desarrollo Humano (0,776), el aumento de la esperanza de vida al nacer (79,6 años en el 2015); el aumento de los años promedio de escolaridad (casi 9 años en la actualidad), la diversificación de los mercados de exportación y la reducción de la tasa de mortalidad infantil que pasó de 19,7 en 1980 a 8,8 en el 2009 por cada mil nacidos vivos.
Persisten brechas de desigualdad, y niveles de pobreza y de pobreza extrema que es imperativo reducir; es necesario elevar la calidad de la educación y de la cultura, y la rigurosidad en los parámetros éticos de la gestión política e institucional.
Conviene concretar la idea de que en el Estado y en el gobierno se establezcan gerencias de altísimo nivel de desempeño. Es urgente –como lo propone Velia Govaere Vicarioli ( La Nación , “Una narrativa inacabada”, 4/9/2017) diseñar una política de productividad y competitividad económicas, y asegurar encadenamientos productivos que vinculen lo nacional y lo global, lo local y lo regional.
Si se trabaja con eficacia y generosidad en estos ámbitos, la pragmática del odio tampoco reinará en el siglo XXI, y la influencia de las ideologías será cada vez menor.
El autor es escritor.