LONDRES – “¡Es la economía, estúpido!” ha sido una cantinela durante más de dos decenios. Hoy día, se repiten esas palabras ad náuseam en los debates sobre el desarrollo, pero lograr que los países prosperen no es fácil.
Existe una bibliografía inmensa en la que se describen los diversos factores que determinan la prosperidad. En su muy comentado libro del 2012, ¿Por qué fracasan las naciones? , el economista Daron Acemoglu y el experto en ciencia política James A. Robinson subrayan la importancia de unas instituciones políticas y económicas no excluyentes. Según el nuevo libro del economista Angus Deaton, La gran evasión , una clave es la salud.
El recién publicado Índice Legatum de Prosperidad Mundial señala otra condición fundamental para el éxito: la gestión idónea de los asuntos públicos y el Estado de derecho. Como dice el director de ese programa, Natham Gamester, “ser una democracia rinde”. De hecho, en el momento actual 27 de los 30 países más prósperos del mundo son democracias. En cambio, no es así en el caso de los 30 últimos de la lista.
Pensemos en las disparidades del desarrollo en África. Países como Bostwana, que tienen Gobiernos que rinden cuentas, respetan el Estado de derecho y los derechos de propiedad, y cuentan con judicaturas independientes, obtienen resultados mucho mejores que sus homólogos, pero la mayoría de los países de ese continente pertenecen a esa categoría de “homólogos”, pues 24 de los 30 países que ocupan los últimos puestos en el Índice de Prosperidad pertenecen al África subsahariana.
La mayoría de dichos países padece un “déficit democrático”. En Guinea Ecuatorial, por ejemplo, Teodoro Obiang Nguema Mbasogo ha ocupado el poder desde 1979, por lo que es el gobernante más antiguo de África. En tan solo un poco más de tres decenios, su régimen ha conseguido convertir un país diminuto y rico en petróleo en un desastre en materia de desarrollo. La inmensa mayoría de sus habitantes tienen un acceso muy limitado al agua potable, la educación y la atención de salud, y ese país tiene una de las mayores tasas de mortalidad infantil del mundo, pues uno de cada cinco niños muere antes de cumplir los cinco años.
Pese a ejemplos semejantes –de los que se pueden citar muchos–, hay una escuela de pensamiento que sostiene que la tosca regla que veda la exclusión en el proceso democrático impide el desarrollo económico. Naturalmente, es cierto que la democracia no siempre es eficiente: pregúnteseles a los americanos, cuyo sistema de gobierno estuvo paralizado 16 días y casi suspendió los pagos de su deuda a consecuencia de desacuerdos normativos entre los partidos. Sin embargo, los sistemas democráticos basados en la gestión idónea de los asuntos públicos y el Estado de derecho propician más la prosperidad que ninguna de las otras opciones.
El ascenso económico sin precedentes de China, que ha sacado a centenares de millones de personas de la pobreza en los tres últimos decenios, fue el resultado de la descentralización económica y unos mercados más libres y competitivos, no de una planificación estatal más inteligente, como algunos gustan de afirmar. El futuro de China se caracterizará, casi con toda seguridad, por más democracia y un fortalecimiento del Estado de derecho: de eso se encargará la clase media en ascenso de ese país. Ese cambio resultará decisivo para consolidar y aumentar los beneficios económicos.
De forma similar, en Latinoamérica, la consolidación del gobierno democrático en los tres últimos decenios ha avanzado a la par con el desarrollo económico. Chile, Costa Rica y el Uruguay cuentan con historias positivas en el Índice de Prosperidad de este año.
La realidad es que, cuando la gestión de los asuntos públicos es eficaz y el Estado de derecho es fuerte, empiezan a producirse fenómenos positivos en otros sectores, incluida la economía. Por ejemplo, los bostwanianos expresan niveles altos de confianza en las elecciones (el 83%, frente al 47%, por término medio, en la región subsahariana) y el sistema judicial (el 83%, frente al 53%) de sus países.
Y resulta que se están logrando avances en varios sectores cruciales. La propiedad de teléfonos portátiles en Bostwana casi se ha duplicado en los últimos años. (¿Se puede imaginar una economía próspera sin comunicaciones modernas?). Y el éxito de Bostwana en la reducción de los costos de las empresas incipientes desde el 2010 ha infundido a los empresarios la confianza para endeudarse, contratar a más empleados y correr riesgos calculados en su vía al éxito.
Si bien no hay una receta única para la prosperidad que sea aplicable a todos, resulta patente que la del establecimiento de sistemas bien gestionados y regidos por los principios democráticos es una vía particularmente eficaz para lograr avances en sectores decisivos como la educación, la atención de salud, la seguridad y la reglamentación. Al poner de relieve los factores que guardan una estrecha relación con el éxito, el Índice Legatum de Prosperidad Mundial debería espolear a las autoridades y a los ciudadanos para que se replanteen sus prioridades.
Si extraen una sola enseñanza del Índice de este año, debe ser esta: “¡Es la gestión de los asuntos públicos y el Estado de derecho, estúpido!”.
Jeffrey Gedmin es presidente y director gerente del Instituto Legatum. © Project Syndicate.