Comúnmente, cuando se piensa en la solidaridad, se asocia esta con la pobreza, inequidad y el desamparo; yo quiero agregar en esa lista a los enfermos, pues la enfermedad puede llegar a ser una terrible forma de esclavitud cuando no se tiene acceso a la atención médica requerida, o esta se ofrece demasiado tarde, con baja calidad o en forma deshumanizada.
Una sociedad educada pondrá en un primer lugar a sus enfermos de todas las edades y tratará por todos los medios posibles que sean oportuna y eficientemente atendidos.
Los medios para lograrlo podrán ser diversos, pero indudablemente es necesario que las instituciones, organizaciones gremiales y todas las personas involucradas en el proceso no antepongan sus propios intereses, por legítimos que sean, al fin supremo de poner en primer lugar a los enfermos.
Servir con amor. Ellos deben ser considerados como seres humanos en estado de fragilidad y vulnerabilidad, y, en consecuencia, todo el personal de salud y el administrativo también se preocuparán al máximo para servirles con amor, respeto, eficiencia y eficacia. Los trámites burocráticos deben ser mínimos y no causar molestia alguna a los usuarios; las normas de seguridad serán excelentes, y la más notable y avanzada tecnología estará a su servicio en forma permanente.
El ambiente en el que se atienda a los enfermos debe ser agradable y natural, de manera que suscite una relación de confianza y empatía que haría más soportable la inevitable tensión que causa toda enfermedad, pero, desde luego, lo más importante es que los actos médicos y no médicos en general sean oportunos y con alto grado de diligencia para garantizar los mejores resultados posibles. A ello contribuirán pequeños gestos de cortesía y una palabra amable expresada con una sonrisa natural.
De lo que se trata es de hacer el mayor esfuerzo para colmar todo lo que los enfermos necesitan antes de pensar en ideologías o en intereses de personas o grupos y antes, también, de lealtades institucionales que con frecuencia han resultado espurias.
Sin paros ni huelgas. Ha llegado el tiempo para hablar de conquistas de los pacientes y, entre estas, debe ocupar un lugar importante la eliminación de paros y huelgas que afectan gravemente la salud tanto de pacientes ambulatorios como de hospitalizados, e, incluso, lesionan a los beneficiarios de los programas preventivos, que son vitales para evitar trastornos mayores en las comunidades. Esto no es una utopía.
Recuerdo que, hace 20 años, presencié en un hospital de niños de Japón la celebración de 100 años sin paros ni huelgas.
Un sistema de salud solo será apropiado si pone a los enfermos en primer lugar y cumple con los principios y valores aquí señalados, aun cuando el personal de los centros médicos y de salud pueda estar tenso y con prisa porque la demanda de servicios en muchas ocasiones excede al recurso humano.
Hay que recordar que se tarda el mismo tiempo dando una respuesta cariñosa y respetuosa o una respuesta ruda. Si esto es así, ¿por qué no ser siempre amable?
Principios éticos. El sistema de salud debe descansar en el conocimiento científico y tecnológico, pero, al mismo tiempo, debe cultivar con esmero una gran devoción por la vigencia permanente de los más altos valores y principios éticos. Solamente así podemos decir que cumple a cabalidad con su misión.