Los colegios científicos costarricenses (CCC) cumplirán sus primeros veinticinco años de haber sido creados, el próximo 2 de abril. Este es un acontecimiento extraordinariamente feliz para Costa Rica en general, y para la educación costarricense en particular. Pienso que hoy, hasta aquellas personas que en su momento se opusieron a la creación de los CCC con todas sus fuerzas, estarán de acuerdo en que estos colegios fueron y son una excelente idea y que se han ganado la admiración y el aprecio del todos los sectores del país.
En el primer período presidencial del doctor Oscar Arias Sánchez, 1986-1990, se destacaba la figura de uno de los más brillantes y más valientes ministros de Educación que ha tenido Costa Rica, el doctor Francisco Antonio Pacheco, filósofo y abogado. Cuando don Francisco Antonio decidió crear colegios científicos, encargó al suscrito la constitución de una comisión compuesta por el Dr. Lorenzo Guadamuz Sandoval, Licda. Mireya Hernández de Jaen, Lic. Marvin Matthews Edwards, Lic. Vernor Muñoz Villalobos, Dr. Francisco Antonio Pacheco, Ing. Vidal Quirós Berrocal, Dra. Joyce Zurcher Blen, y este servidor, como coordinador del grupo.
En aquellos días, el ministro de Ciencia y Tecnología (Micitt) era el Dr. Rodrigo Zeledón Araya, y el viceministro era el Dr. Eduardo Doryan Garrón. Cuando don Rafael Ángel Calderón Fournier fue electo presidente de la República nombró a sus propios ministros para este Ministerio, y ni estos ni ningún otro funcionario participó con ideas ni sugerencias en pro de la creación de los CCC. Menciono esto porque uno de esos exjerarcas difundió el rumor de que la idea de crear los colegios científicos provenía del Micitt.
Cuesta arriba. Aquel escenario era hostil hacia la apertura de colegios científicos, y fueron recibidos con una buena dosis de incomprensión, de rechazo y de violencia verbal. Algunos periodistas se apresuraron a afirmar que se abrirían estos colegios para “superdotados”. Por otra parte, distinguidos articulistas denunciaron a los CCC en el periódico Universidad, de la UCR, en términos que hoy podrán arrancarnos una sonrisa, pero que eran fuertes 25 años atrás y asustaban. Un artículo del 27 de octubre de 1989, escrito por un psicólogo apreciado entre los miembros de su profesión, Jaime Robert, intitulado “A propósito de los Colegios Científicos” escribió que se le ocurrían tres objeciones con respecto a la pertinencia, oportunidad y sinceridad del proyecto de los CCC:
“En primer lugar, la concepción elitista y antidemocrática de sus argumentos”. Luego lamenta que se “implementen políticas tan autoritarias y discriminantes…”. Más allá, don Jaime encuentra “signos inequívocos de una práctica autoritaria, discriminante, estamental, y profundamente antidemocrática”. También advierte que esta iniciativa “no puede menos que tener por resultado una barbarie ilustrada, indiferente y miope ante los problemas de la vida...”. Después, don Jaime denuncia “tan ilusos y desafortunados proyectos”. En una palabra, estas denuncias infundadas e injustas eran lo que la comunidad universitaria leía acerca de los colegios Científicos Costarricenses.
Gran acierto. El establishment de mis colegas, los educadores, no nos trataba mejor. Un primer ejemplo: doña Alicia Sequeira, profesora de la Facultad de Educación de la Universidad de Costa Rica, en su artículo “El elitismo que no es elitismo”, me reclamaba declarar que los IPVCE (Instituto Preuniversitario Vocacional de las Ciencias Exactas) cubanos eran un caso de elitismo deseable y que los CCC también eran elitismo deseable. Extrañamente, doña Alicia sostiene que tal elitismo era bueno en Cuba pero que no era bueno en Costa Rica.
Un segundo ejemplo: el profesor Humberto Pérez Pancorbo, con maestría en Educación por la Universidad de Boston, declaraba en el periódico de la UCR: “En reciente edición de este Semanario, aparece un artículo sobre unos colegios fundados recientemente en Costa Rica, denominados ‘científicos’ porque enfatizan el estudio de las ciencias naturales. Sin embargo no son científicos en el sentido de que no toman en cuenta la pedagogía, ni la ciencia de la educación”.
En su artículo “Los colegios científicos costarricenses”, don Gerardo Esquivel Monge no gusta de la idea de crear los CCC, entre otras razones porque funcionan “en las zonas céntricas del país” y porque a sus alumnos “se les impide compartir con los amigos de su comunidad ni de ‘meterles el hombro’ a los que más les cuesta”. Un cuarto ejemplo: cuatro de los alumnos del profesor Tito Prudencio Quirós, de la Facultad de Educación, firman un artículo en el cual explican por qué les parece un error fundar Colegios Científicos Costarricenses.
Alegrémonos. Hoy, un cuarto de siglo después, los graduados de los CCC han demostrado al país que la creación de estos centros, que fue considerada “un iluso y desafortunado proyecto”, fue un gran acierto. Y que las ideas contenidas en los artículos mencionados son errores. Pero es importante subrayar que hoy nos toca a nosotros repasar esos errores con la esperanza de que no vuelvan a cometerse. Y repasarlos con el respeto que debemos a los que no comparten nuestras ideas.