La década de los noventa ve surgir un nuevo tipo de futbolista. El futbolista-“bimbo”. El futbolista- vedette. El futbolista-escandalillo de tabloide. El futbolista de pasarela. El futbolista-maniquí. El futbolista-portada. El futbolista-ícono sexual. El-futbolista-quiero-ser-Leonardo-Di-Caprio. El futbolista-mercancía. El futbolista con veleidades hollywoodenses. Bebiendo siempre, en el estanque de Narciso, la imagen de su propio inmarcesible esplendor.
Más un artefacto, un objeto manufacturado, que un deportista. El futbolista que genera discursividad no por lo que hace en la cancha —tal cosa sería loable: es su espacio acotado, su latitud natural— sino, justamente, por todo lo que hace fuera de ella.
Extraño espécimen, en verdad. Híbrido entre gladiador, actor, símbolo sexual, ídolo de multitudes, cantante de rock, personaje farandulero. El futbolista para The lives of the rich and famous. Ya no anuncia prendas deportivas, sino relojes, perfumes cargados de feromonas, ropa íntima, tangas, modelos de alta costura, corbatas, iPods, smartphones , automóviles, toda suerte de cacharros.
Este tipo de futbolista nunca anda solo. Especie de adminículo prendido de su lado —parte de su gracia—, la modelo de pasarela, la despampanante reina de belleza de algún rincón de la tierra, o una cheerleader con veleidades de actriz, lo acompañará por doquier. Como el adjetivo a un sustantivo. La mujer-adjetivo tiene por única función, en estos casos, embellecer, engalanar al hombre-sustantivo. El hombre es sustancia, la mujer, accidente: algo que le “sucede” al macho alfa.
Aristotélico. Como nunca, cabe aquí evocar a Aristóteles: en las cosas existe un sustrato permanente y estable (la sustancia) y una serie de perfecciones secundarias y mudables (accidentes). En cada ser hay un solo núcleo sustancial, afectado por múltiples modificaciones accidentales. La sustancia es el sujeto o sustrato en el que se asientan los accidentes. Es lo subsistente (ontológicamente autónomo, “en sí mismo”, una causa sui ). Aquella realidad a cuya esencia compete ser en sí, no en otro sujeto. Por el contrario, los accidentes son realidades cuya esencia solo es concebible en otra cosa, algo fuera de sí mismas. Son parasitarios, supletorios, derivativos: no existen si no es encarnados, calificándola, en la sustancia.
La modelo rusa de nombre sulfuroso y felina mirada que acompaña a Cristiano Ronaldo es parte de su imagen. No tiene consistencia, espesor ontológico propio. Existe únicamente en, para y desde su protohombre. Una relación que podría describirse como simbiótica, en la medida en que ambos organismos derivan beneficios de su asociación. Para ser más precisos, calificaría como el tipo específico de simbiosis conocida como mutualismo.
No es ciertamente un caso de parasitismo (la interacción biológica en que solo el huésped derivaría beneficios), ni de comensalismo (uno de los intervinientes obtiene beneficios, pero el otro siquiera no se ve perjudicado). Sí, mutualismo en su más pura manifestación: la bella engalana al hombre, una especie de guirnalda que hubiera crecido sobre su flanco o a su sombra, y el guapetón consolida su posición de macho hegemónico, rubrica su virilidad, disipa toda duda en torno a sus excelencias amatorias, genera la envidia de sus congéneres, hace de ella uno de sus títulos de gloria, el más preciado de sus trofeos, se propone a sí mismo —de manera, por supuesto, tácita, codificada— como el ejemplar privilegiado por la selección natural para la perpetuación de sus genes (la mujer hace aquí las veces de agente de la depuración, de “juez de los méritos” (Ortega y Gasset), de “genio de la especie” (Schopenhauer).
Bien servidos quedan los dos, en un pacto que creen firmar libremente, pero que en realidad no es otra cosa que el producto de un mecanismo de condicionamiento extremadamente sutil.
Binomio perfecto. La sociedad héroe deportivo-modelo de pasarela es hoy prácticamente una institución, un consorcio, un binomio inevitable. Casi todas estas egerias terminan posando para Playboy, Penthouse o Hustler, figurando en almanaques, anunciando lingerie, o usando el ciberespacio a modo de pasarela universal, subiendo fotos de sus cuerpos, o de segmentos de ellos, sería más exacto decir, a fin de que el mundo no se prive de su esplendor.
A partir del Mundial 2006 la media se refiere a ellas como Wags (acrónimo por wives and girlfriends ): cualquier fémina que “engalane” a un deportista de alto perfil. Y sus esposos o novios aquiescen, jubilosos, a esta práctica. ¡Cuán triste, cuán indigno y denigrante!
Cristiano Ronaldo devenga $44 millones anuales por patear una bola. Su novia, “apenas” $4 millones por hacerse tomar fotos desnuda. En apariencia, todo el mundo sale ganando: el héroe deportivo, su presea sexual, los agentes de ambos, el mundo, que tanto admira las destrezas balompédicas del primero como los volúmenes de la segunda. En apariencia, en apariencia, sí. El futbolista- vedette y su mascota, su peluche femenino.
Ambos bellos, ambos exitosos, ambos glorificados: el protohombre que es tal gracias a la corroboración que le significa su protomujer, la protomujer que es percibida así debido a su consorcio con un protohombre. Especies correlativas. Se necesitan una a la otra.
En la antesala del Mundial Brasil 2014, el periódico español ABC elaboró una “selección femenina” con las once compañeras más sexis de los glamorizados gladiadores. Una oncena estelar que fungiría como una suerte de selección paralela, especie de “equipo FIFA” especialmente dedicado a los masturbadores compulsivos.
Todas arrellanadas en sus más provocativas poses y luciendo prendas brevísimas, minimalistas. Por lo demás, el anzuelo mediático —ya perfectamente instituido— consiste en que él o ella revele los secretos sexuales de su “pareja”, y lo hacen de manera clínicamente pormenorizada.
Ha sido difícil escribir este texto… tanta imbecilidad, tanta frivolidad, tanto mercantilismo, y una imagen tan denigrante y sobajeada de la mujer… Siento náusea, me duele la cabeza y es como si toda mi energía se hubiese drenado. Seguiremos luego, amigos y amigas, seguiremos luego…
El autor es pianista y escritor.