El último fin de semana de junio de 1969, en el pequeño bar neoyorquino llamado Stonewall Inn se alza la voz de una minoría marginada para luchar por lo que era de ellos, sin importar las represiones políticas o sociales.
Un grupo de gais y lesbianas, cansados de las persecuciones policiales, clausuras de bares, arrestos y agresiones físicas y psicológicas se revelan ante el pensamiento arcaico de una sociedad y deciden luchar en una redada, generando un conflicto nocturno que haría que letrados, artistas y personas en contra del sistema se unieran por tan valiosa lucha.
Gracias a este acto de valentía de estas personas, florece el poder gay, creando asociaciones en todo Estados Unidos, París y Milán, que pronto irían generando más fuerza y esparcirían por todo el mundo este gran orgullo. El 12 de octubre de 1985, en la conferencia anual de la asociación de coordinadores del orgullo gay nace la conmemoración internacional de este heroico evento que quedaría en la historia por siempre.
Falta mucho. Ya hace casi una mitad de siglo de las revueltas de Stonewall y, si bien es verdad que gracias a esto se han logrado grandes avances, todavía hace falta mucho por hacer. En varias regiones del mundo el simple hecho de que una pareja homosexual se ame es meritoria de la pena de muerte por lapidación u otra manera atroz.
En muchas otras regiones, sus derechos no son validados todavía porque son considerados “antinaturales” o “demoniacos”, y en casi todas son humillados física o verbalmente por el hecho de amar de una manera diferente a la del resto de las personas.
En Costa Rica, un país poco evolucionado en pensamiento, se ha logrado mucho, pero todavía hace falta más por hacer. Bajo un sistema patriarcal y en una zona del mundo más que subdesarrollada, el simple hecho de que las personas salgan a la calle sin el temor a ser vistas y gritar lo que son, mostrando su libertad y autonomía, es más que esperanzador e inspirador.
El Gay Pride no es una fiesta vulgar y banal, en la que se busca llamar la atención de las personas. En lugar de eso, es una demostración a la sociedad de que todos somos seres humanos, que amamos y que somos libres por igual.
Todas las personas LGTB del mundo deberían unirse para levantar sus voces y demostrar que son un grupo presente e importante, y que tienen todos los mismos derechos de las demás personas. Al fin y al cabo, si no se exige el cambio, no se dará por sí solo.
Si esto sucede con el apoyo de las personas conscientes y sensibles, la represión, discriminación legal y las otras problemáticas que generan una diferencia entre los heterosexuales y las personas diversas serán un problema del pasado.
Sin etiquetas. Yo soy una persona enamorada del amor y no creo en las etiquetas, pero lo que sí creo es que, si dejamos de lado el ser gay, heterosexual, lesbiana, transexual, bisexual, intersexual, pansexual y, por qué no, hasta asexual, y nos vemos como lo que somos: seres sensibles, dotados de pureza, que, sin importar a quién amemos, veamos el amor como lo que es, simplemente amor, no me cabe la menor duda de que seríamos un mundo mejor.