Un león, desde el zoo, le escribe a su hermano que está en un circo:
“Perdona hermano mío si te digo / que ganas de escribirte no he tenido. // No sé si es el encierro, no sé si es la comida / o el tiempo que ya llevo en esta vida. // Lo cierto es que el zoológico deprime / y el mal no se redime sin cariño, / si no es por estos niños que acercan su alegría / sería más amargo todavía. // A ti te irá mejor, espero, / viajando por el mundo entero, / aunque el domador, según me cuentas, / te obliga a trabajar más de la cuenta”.
Así comienza la carta de un león a otro, escrita y musicalizada por Chico Novarro, argentino de varios mundos capaz de hacer allá por los 80 lo mismo que hacía el mítico dios Orfeo, es decir, hablar el idioma de los animales. Que es el idioma de la metáfora. Revelador de dos verdades al unísono: primero, el terrible cautiverio de los animales por parte del hombre, un daño que no se reduce a la penuria física; y, segundo, el rayo de luz que aportan los niños a ese drama cotidiano.
“Tú tienes que entender hermano / que el alma tiene mucho de villano: al no poder mandar a quien quisieran / descargan su poder sobre las fieras...”, sigue la carta, rasgando de un tirón la bajeza oculta de la tortura, esto es, la prepotencia que se ensaña con el cuerpo de la víctima y exculpa de sus excesos al verdugo; y remata: “Muchos humanos son importantes, / silla mediante, / látigo en mano”.
En un escrito muy sugestivo, John Berger dice que hay tanto pasado de camaradería traicionada entre el hombre y el animal que jamás podríamos ver a este como es.
Hemos marginado a nuestros compañeros de siglos de evolución, los recubrimos bajo el manto de la tecnología, el progreso material, la producción en masa, la vida moderna, el afán de lucro, al punto que son hoy un vago recuerdo por el que sentimos una vaga nostalgia.
Y ellos, ¿podrán vernos? El león, a esta altura, hace una pausa: “Pero volviendo a mí, nada ha cambiado / desde que fuimos separados. // Hay algo, sin embargo, / que noto entre la gente / parece que miraran diferente…// Sus ojos han perdido algún destello / como si fueran ellos los cautivos, / yo sé lo que te digo, / apuesta lo que quieras, / que afuera tienen miles de problemas”.
El león intuye que algo cruza los corazones de la gente, un profundo deseo insatisfecho: “Volver a la naturaleza / sería su mayor riqueza: / allí podrían amarse libremente / y no hay ningún zoológico de gente”.
Entonces, cierra la carta, sentencioso, protector, solidario: “Cuidáte hermano, / yo no sé cuándo / pero ese día / viene llegando”.
Víctor J. Flury es escritor.