Cuando visitamos un museo y nos detenemos frente a una obra de arte con cientos de años, pocas veces pensamos en las personas que durante tantas décadas, incluso siglos, la han cuidado, protegiéndola del tiempo, de las guerras y de cualquier otro peligro, para que, mucho tiempo después, podamos disfrutarla. Alguien tuvo la visión, siglos antes, de conservarla para las futuras generaciones.
En Costa Rica, esas obras de arte –naturales, en este caso– son nuestras áreas protegidas y el gran visionario fue Álvaro Ugalde. Quizás muchos no lo conocen por su nombre, pero todos los costarricenses, sin excepción, hemos disfrutado su legado. Cada vez que visitamos un parque nacional, respiramos su aire puro o nos regocijamos ante las maravillas de nuestra naturaleza, debemos agradecer su visión.
Don Álvaro, gestor del sistema de áreas protegidas de este país, dedicó su vida a trabajar fervientemente por lo que creía. Lo conocí bien, sobre todo cuando trabajamos juntos en la “campaña Osa”. Fue maestro, mentor y fuente de inspiración. Me decía siempre que él trabajaría y moriría defendiendo la conservación. Y, en efecto, hasta el último día fue un activista que denunció lo que muchos no se atrevían a decir.
Tenía siempre prisa, esa misma urgencia que sienten todos los ambientalistas que han dedicado su vida a la conservación, y que ya no tienen paciencia para la política, las excusas, los procesos, los talleres y los comités sin acciones concretas. Hace poco, otra reconocida ambientalista, Sylvia Earle, me decía: “Haga todo lo que pueda lo más rápido que pueda. Nos estamos quedando sin tiempo”. Esa misma filosofía la compartió don Álvaro, y hoy veo con tristeza cómo llegó su tiempo sin ver muchas de sus luchas concretadas. ¿Cuántas batallas más, cuántas desilusiones más, antes que podamos honrar los sueños de don Álvaro? Ahora entiendo por qué me instaba, con frustración, a ser más proactiva y menos política. Porque el tiempo apremia.
Así como, generación tras generación, ha habido custodios que siguen protegiendo las obra de arte en los museos, así también nos corresponde a las generaciones que heredamos el legado de don Álvaro, seguir su lucha. Rápidamente. Haciendo todo lo posible. Tan pronto como se pueda.
Don Álvaro, su legado es para todos los costarricenses. Los árboles, las raíces, las dantas, los jaguares y nuestros hijos se lo agradecen. Ahora, es nuestro deber continuar su sueño con más urgencia y menos discurso.
La autora es directora ejecutiva de la Asociación Costa Rica por Siempre.