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La lección de las ranas rojas

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Cuantos más años cargo a cuestas, más retos agrego en mi mochila, y entre ellos, la búsqueda de las ranas rojas estaba en agenda desde hacía rato. El mar Caribe, que siempre me ha cautivado, guarda celosos misterios que he ido descubriendo poco a poco, a veces bajo la luz de la luna en un buceo nocturno; otros, a plena luz del día, entre conchas y corales, y en ocasiones como lo fue esta vez, en sus linderos: ¿cómo habría de saber que en la playa de las ranas rojas estas no se encuentran en la arena? Había olvidado que no todo lo que brilla es oro... y animada por un nombre engañoso, recorrí la playa entera. Tras una caminata larga, en una hermosa playa con almendros y palmeras, con un mar transparente y un cielo espectacularmente celeste, con un empedrado de pequeñas nubes blancas, me devolví sobre mis pasos un poco decepcionada por no haber visto ninguna rana en su hábitat natural; había olvidado que, a veces, aunque la meta no nos proporcione lo deseado, el camino nos brindó la aventura, y tantas cosas hermosas que no aquilatamos lo suficiente... ¡El poeta griego con sus Itacas!








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