El espacio de centro tiene unas coordanadas propias. Se puede caracterizar como un espacio político propio, susceptible de caracterización autónoma. Algo en sí mismo polémico y que vale la pena comentar. En efecto, la apertura, la capacidad receptiva, el diálogo, como actitudes básicas en la acción de los partidos es una condición imprescindible para que los dirigentes políticos puedan realizar la función de síntesis de los intereses y aspiraciones de la sociedad. Debe contarse con que esa síntesis no es un proceso mecánico ni un proceso determinado por la historia, sino que se trata de un proceso creativo, de creatividad política, de cuyo éxito dependerá la representatividad que la sociedad otorgue a cada partido, y la capacidad del partido para galvanizar las fuerzas y empujes sociales en un proyecto común. Apertura y diálogo presididos, por supuesto, por el respeto a la dignidad del ser humano y orientados a la mejora permanente e integral de las condiciones de vida de los ciudadanos.
Exigencia de apertura. La exigencia de apertura a los intereses de la sociedad no es tampoco una apertura mecánica, una pura prospectiva, que nos haría caer en una nueva tecnocracia, que podríamos denominar “sociométrica”. La exigencia de apertura es una llamada a una auténtica participación social en el proyecto político propio, participación que no significa necesariamente participación política militante o profesional, sino participación política en el sentido de participación en el debate público, de intercambio de pareceres, de interés por la cosa pública, de participación en la actividad social en sus múltiples manifestaciones. Esta participación es lo más opuesta a esa gran ficción con que nos obsequian algunos partidos políticos cuando se concibe únicamente como una longa manus mientras se lamina cualquier manifestación genuina de aportación de la vitalidad de la realidad al proyecto político.
Cambio ético. El giro al centro que ahora se proclama, esta búsqueda del centro, tiene que significar ante todo un cambio ético. Se trata de asumir valores que hagan posible el giro o la búsqueda que se propone. El viaje al centro no es un expediente para la permanencia en la tecnoestructura y en el vértice, sino una oportunidad para hacer de la política un compromiso radical con la mejora de las condiciones de vida de todos los ciudadanos. Para ello, si nos ubicamos en este espacio político, habrá que trabajar desde la mentalidad abierta, la metodología del entendimiento y la sensibilidad social.
Mentalidad abierta. En primer lugar, una mentalidad abierta a la realidad y a la experiencia, que nos haga adoptar aquella actitud socrática de reconocer la propia ignorancia, la limitación de nuestro conocimiento como la sabiduría propia humana, lejos de todo dogmatismo.
Actitud dialogante. En segundo término, una actitud dialogante, consecuencia inmediata de lo anterior, con un permanente ejercicio del pensamiento dinámico y compatible, que nos permite captar la realidad no en díadas, tríadas, opuestas o excluyentes, sino percatándonos, de acuerdo con aquel dicho del filósofo antiguo de que, en el ámbito humano y natural, todo está en todo. Percatándonos de que, en la búsqueda de la pobre porción de certezas que por nuestra cuenta podamos alcanzar, necesitamos el concurso de quienes nos rodean, de aquellos con los que convivimos. De todos podemos aprender cosas nuevas y en todos sitios hay cosas buenas. El monopolio de la eficacia y del acierto no se encuentra, ni mucho menos, en las propias filas. Hay que acercarse a la realidad para, desde ella y a partir de la razón y la centralidad del ser humano, construir nuevas políticas plenamente humanas.
Sensibilidad social. Y, en tercer lugar, una disposición de comprensión, apertura y respeto absoluto a la persona, consecuencia de nuestra convicción profunda de que sobre los derechos humanos debe asentarse toda acción política y toda acción democrática. Es decir, preocupación genuina por los problemas de los demás a través del ejercicio de la solidaridad y de políticas sociales, en las que las instituciones especializadas tienen mucho que hacer.
Estas son algunas coordenadas del espacio del centro, tal y como las vengo pensando desde hace algún tiempo. Algo, desde luego, muy alejado del centro artificial, oficial y vertical, dominado por lo políticamente conveniente, que parece imponerse por algunas latitudes a gran velocidad. Insisto, el centro no es la relatividad, la indefinición, la ambigüedad o la pusilanimidad. Más bien, es un espacio amplio de compromiso con los derechos de la persona, que trabaja desde la realidad, la racionalidad, la mentalidad abierta, la metodología del entendimiento y la sensibilidad social al servicio de las personas, especialmente de las más desfavorecidas.
Así concebido, el centro no es solo el instrumento para llegar al poder, sino que implica un verdadero cambio ético en el modo de entender la política, algo que, en sociedades radicalizadas como la actual, no vendría nada mal. El problema es que todavía seguimos instalados en el pensamiento ideológico y en el Estado de los partidos. Esperemos que no por mucho tiempo, pronto y de verdad, podamos recuperar esos valores de la democracia, preteridos, al menos materialmente, en estos últimos años. El pueblo, me parece, quiere un cambio, pero no lampedusiano, sino real, que solo será creíble si quienes van a regir los destinos del país están comprometidos intensamente con la centralidad de la dignidad del ser humano y sus derechos inalienables. Si solo se trata de un “quítate tú para ponerme yo” sin más, el esfuerzo habrá sido baldío.
Jaime Rodríguez-Arana, catedrático de Derecho Administrativo en la Universidad de La Coruña, España, y autor del libro El espacio del centro.