Después de una larga e intensa jornada laboral, tal vez con éxitos y disgustos, llegar a casa es un deseo muy común, leía hace unos años en un servicio de prensa. Pero las casas del siglo XXI ya no son como aquel “dulce hogar” de nuestros abuelos. Debemos recuperar los espacios domésticos y los ambientes de familia, con soluciones específicas al ser y vivir del siglo XXI. ¿Será esta también parte de la pretensión de esa reunión de obispos en Roma, en torno al Papa Francisco?
Hace algunos años, el Congreso Excellence in the Home, de Londres, aseguraba que los “jóvenes de hoy ven en las comidas familiares un espacio significativo para la conversación” y que en consecuenacia, “la participación en ellas cada vez adquiere mayor importancia”. Y es que la familia es una comunidad de vida que tiene una consistencia autónoma, es un lugar donde se aprende a amar y el centro natural de la vida humana. La participación en eventos familiares adquiere una gran importancia para la vida social de un país y debemos fomentarla. Todos podemos y debemos ayudar de un modo u otro la correcta configuración de la sociedad, y para esto resulta indispensable partir de la familia como célula elemental. Estos días navideños nos ofrecen una buena oportunidad.
Me decía una abuela costarricense, hace unos años, con varios hijos y muchos nietos, que estaba feliz porque logró que un día a la semana se reunieran en un almuerzo familiar en el que todos disfrutaban. La familia es el mayor e insustituible bien de la sociedad y, en ningún caso, existen sucedáneos. En torno al hogar crece el fuego del amor.
Antiguas raíces. El hecho de la familia acogedora y la realización de comidas familiares son factores importantes para recuperar el valor del hogar. “Cuando un niño nace, a través de la relación con sus padres, empieza a formar parte de una tradición familiar, que tiene raíces aun más antiguas”, decía Benedicto XVI en Valencia.
Algunos estudiosos nos dicen que existe una relación estrecha entre las comidas familiares y el mejoramiento humano, social y moral. Las comidas familiares fortalecen las relaciones filiales, mejoran los resultados académicos y ayudan a prevenir el consumo de drogas (www.excellenceithehome.org). La educación no resuelve, por sí sola, la ausencia de las comidas familiares y su consecuencia sobre el capital humano de un país. En estos encuentros hay una relación interpersonal y una riqueza de tradiciones singulares, que no pueden pedirse prestadas ni las dan las instituciones estatales. Muchos problemas que se pretenden resolver ante los jueces, políticos o profesores, se resolverían mucho mejor en el comedor o en la cocina de un hogar en marcha.
Tiempo importante. Por otro lado, los largos horarios de trabajo de los padres y los cortos horarios escolares, más una miríada de actividades extraescolares para los hijos, no resuelven nada. El tiempo dedicado al hogar es muy importante para todos. “El secreto de la felicidad conyugal está en lo cotidiano, no en ensueños. Está en encontrar la alegría escondida que da la llegada al hogar”, enseñaba san Josemaría Escrivá, fundador del Opus Dei. En el mundo anglosajón surgen empresas que ofrecen cursos para aprender a planificar el trabajo del hogar, lo cual reduce el estrés, principalmente en la mujer, y aumenta la satisfacción familiar de todos.
Prudence Leith, fundadora de Leith School of Food and Wine de Londres, es una apasionada defensora de la gestión del hogar con estándares profesionales. El aprender a cocinar en la casa facilita la serenidad, que no haya enfados, y eso fortalece el sentido del hogar y el descanso en familia los fines de semana.
El valor del hogar bien podría introducirse en nuestra cultura a través de clases de antropología o de sociología, apoyándolo en estadísticas y estudios sobre su incidencia en la buena marcha de la sociedad.
En la familia está ya el germen de la sociedad, y esta se fundamenta sobre la familia. Es en este lugar donde la persona humana toma conciencia de su propia dignidad. De ahí la importancia de recuperar, en nuestra cultura del siglo XXI, la centralidad de la familia.