El año pasado la economía costarricense creció un 2,8% y en este 2016 se calcula que será un 4,2%. Si la adversidad climática cede, es probable una recuperación del sector agrícola de exportación, particularmente, del banano, el café y la piña.
La construcción, en su conjunto, estaría creciendo un 0,7%, pues mientras la construcción privada crece un 4,4%, la pública decrece un 8,6% debido a la conclusión de algunas obras.
Es importante que el sector público ejecute más obra pública para revertir ese decrecimiento e impulse la economía y el empleo.
En el próximo bienio, la expectativa es que las actividades de almacenamiento, transportes, comunicaciones, comercio, restaurantes, hoteles y manufacturas para exportación sigan jalando la economía.
En la eventualidad de que los principales socios comerciales recuperen su crecimiento, se espera, localmente, que estas actividades y otras mejoren su desempeño.
La tasa de crecimiento para este año, según los cálculos oficiales, se ubicará en un 4,2%. Asumida como meta, está bien, apunta al firmamento. Esta cifra preferimos tomarla con cautela por las siguientes razones: primero, la economía estadounidense crecerá un 2,8% este año; segundo, la zona europea lo hará en un 1,6%; tercero, la economía mundial crecerá un 3,6%; cuarto, el barril de petróleo continúa bajando a menos de $30, síntoma de que la economía mundial no apura el paso y se mantiene al suave; quinto, el año pasado, el crédito para el sector privado creció un 11,2%, y el crecimiento esperado para el 2016 y 2017 es de un 9,1% y un 7,7%, en ese orden; y sexto, el plan de gasto gubernamental para este ejercicio, en el renglón de gastos de capital (inversión pública en infraestructura), decrece un 26%.
Sector fiscal. La deuda total del sector público va por el 63,2% del PIB (un año antes era el 58,6%), de los cuales le corresponde al Gobierno Central un 44% y al gobierno descentralizad, un 19,2% (hace doce meses era un 39% y un 19,6%, respectivamente). El déficit fiscal del Gobierno Central el año pasado va quedando en un 5,9%.
Para este 2016 y sin considerar la aprobación de ningún proyecto que mejore el balance fiscal vigente, la cifra en este escenario pasivo sería de un 6,2%. Los datos con corte a noviembre pasado arrojan que los ingresos tributarios aumentaron un 9% y los gastos lo hicieron en un 7% (sin incluir el gasto financiero, que creció un 16%), Buenos esfuerzos, pero insuficientes aún.
El gobierno analiza algunos proyectos de ley tales como la Ley de Regímenes y Exenciones, la ley de eficiencia en la administración de recursos públicos, la ley del impuesto sobre la renta, la ley de responsabilidad fiscal, la ley contra el fraude fiscal y la ley de impuesto al valor agregado, entre otras.
Asimismo, las autoridades hacendarias han externado dos elementos: primero, que estos dos últimos proyectos sean aprobados en este primer trimestre (ojalá, pero ¿surrealismo fiscal?); y, segundo, que está comprometida la disponibilidad de fondos a corto plazo para atender operaciones importantes y programas del Gobierno Central. Recordaron también que el gasto social representa un 70% y que un recorte lo afectará. Diay, leyendo entre líneas, como que la gaveta donde guardan las tijerotas, la tienen entreabierta.
Sector monetario. Aquí encontramos varios acontecimientos. Primero, la inflación ha venido bajando. Al cierre del 2015 registró una deflación del 0,81%. Este resultado refleja una baja generalizada en el conjunto de precios, por ejemplo, el petróleo, los servicios públicos regulados, el vestido, el calzado y las comunicaciones.
A nadie le suena mal que los precios bajen, el problema es cuando la deflación se entroniza. Cuando los consumidores empecemos a creer que los precios de hoy en el supermercado estarán más bajos la próxima semana, sencillamente, comenzamos a retardar nuestras compras.
El súper verá que la venta de su mercadería tarda más. Ante esto, sus pedidos a los distribuidores serán menores. Estos distribuidores, a su vez, comprarán menos a sus proveedores y así sucesivamente. La deflación libera una desactivación económica que, al profundizarse, irá prescindiendo de trabajadores, azuzando el desempleo.
La deflación también hace que las deudas sean mayores en términos reales, desincentivando la solicitud de préstamos, lo cual golpea la actividad bancaria y, por ende, la económica. La deflación es como la manzana paradisíaca: se ve sabrosa, pero se las trae.
Segundo, la tasa de política monetaria comenzó este año con una reducción, y quedó en un 1,75% anual (hace un año era un 5,25%). Esto gracias a una menor inflación y a un buen acervo de recursos.
Se espera que la baja se replique en las tasas comerciales y abarate el costo de financiamiento de actividades productivas que impulsen la economía y el empleo.
Estas tasas pueden subir, en caso de que los demandantes públicos y privados compitan por financiarse con esos recursos. La meta de inflación igual se redujo del 4% al 3%, oscilando entre ± 1%.
Tercero, las autoridades monetarias enfrentan un triple conflicto que nutre una redundancia. Por un lado, merced a la disponibilidad de divisas, el tipo de cambio ha tendido a la baja. Por otro lado, las autoridades desean avanzar en la desdolarización financiera (o sea, desestimular la demanda de crédito en dólares, para lo cual rige un encaje del 15% al financiamiento externo). Pero, por otra parte, los agentes económicos prefieren endeudarse en dólares, tanto por su menor costo relativo, como porque la estabilidad en el tipo de cambio les compensa el riesgo cambiario. Para tal estabilidad, las autoridades intervendrán el mercado para evitar fluctuaciones violentas.
Finalmente, en la medida en que más se atrase la toma de decisiones para corregir la situación fiscal y las autoridades se financien localmente, más rápido veremos el incremento de las tasas de interés. Esto no favorecerá ni un mayor crecimiento económico ni un mayor empleo. Así de sencillo. Para ustedes, parabienes en este 2016.
El autor es economista.