De todas las aptitudes alabables en este mundo, la inocencia es, sin duda, una de las que más deleite y serenidad causa. Poseída por los niños pequeños y desarrollada con cierta selectividad en personas adultas es, sin lugar a dudas, atributo propio de almas limpias y calmas, que aprenden a mirar luz donde otros solo ven verdades grises y contingencias nubladas.
Ahora bien, cuando este artículo hace referencia a la sabia inocencia, hace referencia explícita a la capacidad sublime de mirar la realidad a través de la inocencia, como quien mira a través de un lúcido cristal. Una virtud que, se debe decir con cierta lástima,se ha vuelto escasa en el mundo de hoy.
Sabia inocencia es, por tanto, un buen modo de describir el actuar de la niña de Matina al decidir ser madre del niño que espera. No es su culpa, ella lo tiene claro; y, sin embargo, ha demostrado una valentía sobrehumana al aceptar, con una seguridad admirable, que abortar la criatura que lleva en su vientre sería, en palabras de ella, “cometer un crimen más grande que el de su papá”.
Asombro. Una de las cosas que más asombra a los padres, cuando se enfrentan a la etapa de la crianza, es la simpleza con que los niños ven ciertos aspectos de la vida que, nosotros como adultos, tornamos en complejidades innecesarias.
Se podría decir, con criterio, que el aborto es uno de esos aspectos que hemos sobrepensado, a tal punto, que terminó radicalizándose e ideologizándose.
Imagine –el ejemplo es algo fuerte, pero da justo en el grano– que sienta a su hijo (en edad escolar) frente a una pantalla y le proyecta un video de un aborto real. Su niño ve a través de la pantalla de rayos X la intromisión de los fórceps en el vientre, la trituración de la cabeza y extremidades del feto, ve la sangre saliendo del cuerpo de la madre y, al terminar el video, le pregunta: “¿Estás a favor de esto?”.
No estoy seguro de que pueda responder a la pregunta inmediatamente, pero sé ineludiblemente que necesitará un psicólogo cuanto antes.
La sabiduría, ese elixir de la verdad que tantos desean, no es –como dijo el filósofo Carlos Llano– conocimiento, sino comportamiento. Y esta niña, en su fragilidad, ha sabido comprender lo que millones de ilustres nunca lograron.
Felicidad. Esta niña, a quien le han cambiado y le cambiarán muchas cosas a partir de hoy, no se le quitará jamás ese carisma de ser feliz frente a las adversidades. Porque es una sabia, que ha tomado una decisión que muchas costarricenses no tomaron, y hoy se arrepienten.
A sus trece años, quizás nunca habrá escuchado de conceptos filosóficos como la potencia y el acto de ser de santo Tomás de Aquino, pero tiene una claridad envidiable al reconocer que aquello que en su vientre quizás aún no parece ser, en realidad ya es; y, por haber dicho sí a la vida, en el futuro aquel pequeño cigoto que es en potencia un ser humano, será una persona con pleno derecho a existir y perseguir su felicidad.
Ahogar el mal en abundancia de bien, esta es la moraleja de esta historia: una niña con fortaleza digna de admiración, una madre de familia que ha sabido enrumbar su hogar ante la adversidad y un bebé inocente que ha sobrevivido a la presión de condenarle por un crimen del cual no posee culpa alguna.
El autor es estudiante universitario.