Nadie sabe cómo ni cuándo va a finalizar el conflicto en Siria. Las posibilidades abundan desde un enfrentamiento continuo que se extienda por décadas, hasta el desmembramiento del territorio en varios Estados. La paz puede llegar mediante un acuerdo dialogado entre las partes, el control con mano de hierro de uno de los bandos o algún tipo de entidad supranacional dirigida por las Naciones Unidas o un conjunto de potencias.
No obstante, la única certeza es que tras la destrucción absoluta de las ciudades y la huida masiva de civiles, lo que hoy conocemos como Siria deberá ejecutar un proceso masivo de reconstrucción. Por ello, y para su discusión, a continuación presento algunas valoraciones respecto a esta trascendental empresa.
Historia. La reconstrucción desde las cenizas no es un proceso nuevo, incluso para el pueblo sirio. Tras la Primera Guerra Mundial, el que para entonces era territorio del Imperio otomano sufrió pérdidas humanas que empequeñecen hasta las del conflicto actual. Siria fue, quizás, en términos porcentuales, el territorio más devastado tras la guerra. Un estudio ejecutado por la historiadora del Medio Oriente Linda Schatkowski Schilcher, de la UCLA, calculó unas 500.000 personas fallecidas entre 1915 y 1917, producto de una combinación entre el combate, el cruel genocidio y una brutal sequía.
Sin embargo, aun ante este nefasto precedente y los conflictos que posteriormente sufrirían, el pueblo sirio logró levantarse y convertirse en una de las joyas del Medio Oriente. Este precedente puede ser percibido como una fuente de esperanza, pero, simultáneamente, como una lección en la implementación inapropiada de políticas públicas.
Al fin y al cabo, lo sucedido tras el final de la Gran Guerra, en particular el Tratado Sykes-Picot entre Francia y el Imperio británico, constituyó el fundamento del conflicto que estalló en el 2011.
Otro ejemplo histórico es el de Europa Occidental tras la Segunda Guerra Mundial, recordado por el Plan Marshall, un colosal paquete de cooperación internacional por parte de Estados Unidos. En dólares del 2015, este programa sumó unos $187.000 millones repartidos a lo largo de 4 años entre 16 naciones.
Con el Plan Marshall, la reconstrucción de Europa tardó unos 10 años, pero Siria no representa una prioridad geopolítica para las potencias como lo significó Europa Occidental en su momento.
Por su parte, la Unión Soviética tardó casi 30 años en volver a sus niveles de desarrollo tras el conflicto, en parte como consecuencia de su rechazo a los fondos de cooperación estadounidenses. Esta fue una de las causas del deterioro de las relaciones diplomáticas entre las potencias, que desembocó en la Guerra Fría.
Actualmente, las estimaciones más conservadoras indican que tras la finalización de la guerra, Siria tardará entre unos 15 y 20 años para regresar a una economía funcional. El hecho de que aproximadamente un tercio de la población del país haya sido desplazada causará un inevitable rezago en el regreso a la normalidad.
La firma Dar Al-Handasah Consultants, experta en reconstrucción tras conflictos bélicos, ha estimado el costo para el caso sirio en un rango entre los $100.000 millones y $200.000 millones, es decir, entre dos y tres veces el tamaño de la economía siria antes del conflicto, y poco más de la totalidad del Plan Marshall.
Por otra parte, la expectativa de un proceso justo de adjudicación de contratos y el influjo masivo de capitales podría representar un incentivo económico para la paz.
Adicionalmente, la reconstrucción de ciudades involucra una operación logística masiva. Ciudades como Dresde, Hiroshima y Nanking son un ejemplo de que la reconstrucción desde cero sí es posible.
Hoy día, las ciudades mencionadas son vibrantes y desarrolladas, pero el esfuerzo tomó décadas de planificación, promoción del mercado y reformas estructurales. Otros ejemplos más cercanos, y quizás atinentes al caso de Siria, son las recientes reconstrucciones en Timor del Este, Angola y Ruanda.
Aun así, quizás el caso más indicado para el contexto sirio es el de Beirut, una ciudad totalmente destruida tras 15 años de guerra civil entre 1975 y 1990. La reconstrucción del Líbano tras el conflicto dejó una serie de capacidades instaladas que podrán ser aprovechadas por los inversionistas y planificadores sirios para organizar el proceso de restauración.
Prioridades. Un proceso de restablecimiento debe iniciarse con la implementación de una estructura de gobierno básica que incluya servicios de emergencia, servicios médicos, educación primaria, secundaria y superior; un aparato fiscal funcional, un sistema judicial funcional y un mercado de bienes y servicios relativamente dinámico.
Asimismo, la reconstrucción debe rápidamente buscar satisfacer las necesidades de vivienda de la población, con el objetivo de generar un repoblamiento masivo de las ciudades abandonadas.
Esos servicios permitirán no solo consolidar la legitimidad del aparato gubernamental, sino un relativo regreso a la normalidad. En términos de infraestructura, es crucial recuperar las líneas de comunicación entre las grandes ciudades. Entre ellas, las autopistas de Alepo a Damasco y los puertos de Latakia y Tartús, fundamentales para el dinamismo comercial del Levante.
Parte de esta reconstrucción debe iniciarse desde el Líbano, donde algunos bancos ya preparan el aeropuerto de Kleyate y el puerto de Beirut para transportar bienes desde esa ciudad hasta el valle de Bekaa, por donde los suministros pueden ser finalmente movilizados hacia Damasco, Homs y Hama.
Adicionalmente, van a requerir redes celulares y líneas de telecomunicaciones que puedan integrar la economía al contexto globalizado, así como plantas de tratamiento y distribución del agua. Recordemos que la severa sequía fue uno de los principales detonantes del conflicto.
Con esto en mente, es que un grupo de más de 200 profesionales se han reunido en el Líbano para emprender un proyecto llamado Agenda Nacional por el Futuro de Siria, en colaboración con las Naciones Unidas.
Se trata de un equipo de ingenieros, arquitectos, expertos en acceso al recurso hídrico y planificadores económicos, quienes buscan decidir un conjunto de acciones que sean posibles de ejecutar el primer día tras el fin del conflicto y que promueva la más rápida y eficiente recuperación del país.
Su ambicioso plan incluye programas y políticas concretas con el fin de restaurar la infraestructura y las instituciones políticas del devastado territorio.
El desarrollo y ejecución de esta iniciativa representará un experimento valioso para el estudio de las políticas públicas posconflicto.
Riesgos. A pesar de todo lo comentado, es innegable que tras la guerra seguirán existiendo las presiones de acumulación desigual en Siria.
Dejando de lado por ahora los conflictos étnicos y religiosos, las élites extractivas buscarán aprovechar el influjo de capitales para consolidar su actividad económica, y si no existe un esfuerzo de distribución de esos ingresos o el establecimiento de instituciones incluyentes, la situación nunca mejorará para las grandes mayorías.
Más aún, el influjo de capitales y créditos para la reconstrucción sufrirá las motivaciones geopolíticas del contexto de paz. Los fondos vendrán de Rusia, China, Irán y Estados Unidos, y eso significará beneficios para las élites que esas naciones deseen apoyar.
Por todo lo mencionado, si la historia es modelo, los ganadores económicos de la reconstrucción dependerán mayoritariamente de cuál bando salga airoso del conflicto. Invariablemente existirá acumulación por parte de una élite que asegure los principales contratos de reconstrucción. Este ha sido el caso en la mayoría de precedentes.
Para ello, vale la pena recordar el caso alemán, magníficamente ilustrado por Jean-Paul Sartre en su obra Los secuestrados de Altona. En ella, el personaje principal, un exsoldado nazi, al salir de su autoinfligido confinamiento, esperando ver a su país devastado, se encuentra una boyante economía industrializada.
El proceso ha sido liderado por empresas como la de su padre, quien se convirtió en un magnate de la industria pesada.
Incrédulo, tras presenciar lo que jamás imaginó, decide encerrarse de nuevo, declarando finalmente: “Pretendí que me encerraba para no asistir a la agonía de Alemania, pero eso es falso. Yo deseé la muerte de mí país y me secuestré para no ser testigo de la resurrección”. ¿Podrá Siria evitar este cruel destino? La historia sabrá.
El autor es analista de políticas públicas.