Por ese lerdísimo semáforo, cerca, jóvenes impacientes hay que estripan diez veces el botón ese para el paso peatonal. No vale, porque funciona con base en un tiempo regulado. Por allí anda un anuncio invitando a pulsar otro botón “apriete, para resetear el mundo”. Nuevo dilema hamletiano: to reset or not to reset… Fuera tan fácil... La mayoría anda esperando a Godot, sin mover un dedo siquiera.
Cantidad de desequilibrados no logran ubicarse y de manera violenta, de repente pretenden salir del anonimato: como ese piloto de Germanwings y después su émulo, en Niza: joven tunecino, también turbado. Sigue esa degradante matanza de un sacerdote de 86 años: uno de los culpables tenía problemas sicológicos. Su mezquita era Internet, que desde luego no tiene la culpa. En Japón, otro joven causó una matazón en un centro de discapacitados mentales.
Sí, si: resetear el mundo, pero no de cualquier manera y toma bastante tiempo. Esos jóvenes desubicados, iracundos, taciturnos, de repente explotan... hasta literalmente. ¡Mundo loco, el que nos toca! Prebemos otra receta: revoltoso, el papa Francisco predica otra revolución.
El autor es educador.