Estamos en peligro, nos enfrentamos a una generación apática. No es casualidad, un conjunto de errores nos ha llevado al barranco. Los padres de familia han visto la política como algo innecesario en la educación de sus niños y nos han atacado con la idea de que “todos los políticos son iguales, no vale la pena votar”. Estamos frente a una época de crisis, no me tachen de alarmista: en un grupo de millennials, cuatro de cada cinco no conocen más de tres candidatos presidenciales. Basta con enfrentar a mis compañeros universitarios.
Faltan solo siete meses para las elecciones presidenciales. Una jornada democrática más, creerían algunos. Analistas políticos afirman que estamos a las puertas de un abstencionismo histórico. ¿La diferencia? Aquellos niños del noventa ahora son mayores de edad y pertenecen al padrón electoral.
Los factores que han influido son varios, analicemos algunos. Corrupción, el pan de cada día. Desde que nacimos estamos bombardeados por noticias de presidentes, diputados y ministros que utilizan los puestos públicos para beneficiarse. La política la asociamos ipso facto con corrupción.
Bombardeo. Las influencias negativas nos han desviado de lo trascendente. Figuras públicas nos han guiado a consumir entretenimiento sin contenido cultural. Los influenciadores han ganado sus seguidores por medio de burlas, bromas sin sentido o superficialidad. Son los grandes responsables de orientar a la juventud hacia una apatía por los temas de cultura general, pues es más fácil analizar asuntos que no generen un esfuerzo intelectual.
En los hogares, no enseñan sobre política. Los padres consideran innecesario explicar el valor de la democracia. Demuestran apatía ante las elecciones y dan un ejemplo erróneo. Los comentarios en la cena son para criticar partidos, no para analizar propuestas y soluciones para nuestro futuro. Necesitamos padres comprometidos con un cambio.
Cívica nunca ha sido una prioridad para la educación secundaria. Una materia que los estudiantes no toman en serio y era la excusa perfecta para darse una siesta. Planes de estudio desactualizados y pedagogía retrógrada. Menos lecciones que las otras materias y las evaluaciones son el colchón para mejorar el ponderado.
El abstencionismo de las próximas elecciones va más allá de no marcar una equis. El conjunto de errores en los últimos doce años han marcado una época en la que nadie quiere escuchar la palabra política. Ahora cae en los hombros de la minoría que queremos lograr que nuestra generación vuelva a confiar en que se puede. Se vuelva a informar sobre la importancia de definir el rumbo de nuestro país.
El autor es estudiante universitario.