Con la crisis del pueblo venezolano, al Frente Amplio (FA) se le cayó la máscara.
El partido y sus diputados se alinearon con el régimen de Nicolás Maduro, un perverso que al perder mayoría en el Congreso en las elecciones de diciembre del 2015, comenzó a aniquilar a la oposición con su poder militar y con resoluciones de los magistrados que puso a dedo en el Poder Judicial.
Esta es la hora en que el Frente Amplio no se ha atrevido a emitir una condena por el cierre operativo del Congreso de Venezuela, que sí fue elegido democráticamente. No se ha pronunciado por la muerte de más de 125 personas, en su mayoría opositores, en cuatro meses de protestas en la calle. No ha cuestionado la detención de opositores, porque para ellos, opositores es igual a “terroristas”, como los denominó la diputada Ligia Fallas. No ha dicho una sola palabra por la censura a la libertad de expresión. Menos, se ha solidarizado con un pueblo que sufre falta de comida, medicinas.
Ciegos, mudos, indiferentes ante la opresión de Maduro. No les importa el pueblo, solo su amigo, un fracaso de gobernante que ha llevado a un país rico en petróleo a una pobreza extrema.
Desde el 2015, la Asamblea Legislativa de Costa Rica ha debatido seis mociones de censura o de condena a los actos de Maduro y, ninguna, los frenteamplistas la avalaron.
Más bien, dos diputados, Ligia Fallas y José Ramírez, se fueron el 17 de julio a Managua para firmar su respaldo, junto con partidos de izquierda de América Latina, a la convocatoria de Maduro a la Asamblea Constituyente, que se convierte en un suprapoder con el cual sepultó la democracia y deja al descubierto su periodo dictatorial.
Pero para Ligia Fallas, que es puro Frente Amplio, el 30 de julio se consolidó “el sueño bolivariano. Libertad, soberanía y amor incondicional”, escribió en una foto con Delcy Rodríguez, pieza de Maduro.
Tanta comunión del FA con el régimen de Maduro solo lleva a imaginarlos como gobernantes: ¿copiarían las prácticas de su protegido? ¿Pondrían a los suyos en la Corte? ¿Mandarían a prisión a los “terroristas” que se atrevan a hacer oposición, protestar en la calle o ir a huelga?
La máscara se les cayó.
Armando Mayorga es jefe de redacción en La Nación.