En la expresión política, la ambigüedad de los conceptos resulta más peligrosa que en otros campos de la actividad humana. Cuando se habla de un “Estado fuerte”, ¿qué se quiere decir? Un Estado fuerte, capaz de resolver los problemas internos y externos mediante la fuerza bruta, es distinto a un Estado que resuelve estos problemas mediante procedimientos legalmente establecidos.
Como es el Gobierno el que actúa, es decir, como son los partidos y las personas que gobiernan quienes ordenan o des-ordenan, a la postre la “fuerza” del Estado descansa en el poder concentrado en un partido o en un individuo. Si la administración de la justicia no se encuentra firmemente establecida, se corre el riesgo de que esta dependa del arbitrio del Gobierno. Así, un “Estado fuerte” constituye, en realidad, un “Gobierno fuerte”, cuyas acciones pueden resultar muy nocivas cuando la aplicación de la fuerza bruta representa la norma. Entonces, se trata de un Gobierno despótico, de una tiranía.
Ejemplos de Estados fuertes y Gobiernos tiránicos tenemos en gran cantidad a lo largo de la historia y lo ancho del planeta. Sus características fueron analizadas, por primera vez, hace dos mil cuatrocientos años, por Platón en su famoso libro República . Y los consejos para el ejercicio del poder absoluto se encuentran en El príncipe , de Maquiavelo. El siglo XX experimentó los efectos de la fuerza tiránica desplegada por Hitler, Mussolini, Stalin y Franco, entre otros. La derecha fascista y la izquierda comunista históricamente se identificaron por sus métodos y crímenes. Latinoamérica ha sido testigo de la tiranía despótica en la mayor parte de sus regiones.
En los Estados conducidos por formas de gobierno democráticas las cosas no son tan sencillas. Su desempeño político resulta de su Constitución , de las relaciones entre las instituciones que los constituyen. Si las leyes establecen la distribución del poder, como sucede en Costa Rica y la mayor parte de las democracias, resulta más difícil que los Gobiernos deriven hacia la dictadura. Pero, cuando la sociedad se gobierna directamente, como en el caso de Suiza, tenemos la mejor forma de gobierno que se ha experimentado jamás. ¿Qué significaría, en este caso, el “Estado suizo”? Acaso el territorio en que viven los ciudadanos suizos. Pero, si se quiere llamar a Suiza un “Estado fuerte”, esto se debería al poder ejercido por la sociedad suiza con respecto a la economía, la educación, la seguridad: se trata de una sociedad próspera, bien educada, ampliamente segura.
Cuando el Gobierno costarricense intervino con sumo interés por el bienestar social, no lo hizo tan fácilmente, pues tuvo que enfrentarse al poder económico que se consideraba afectado por la política gubernamental. Las reformas sociales impulsadas por el gobierno de Rafael Ángel Calderón Guardia generaron mucha tensión, pero finalmente se aprobaron, para bien de nuestra sociedad. El gobierno de José María Figueres Ferrer respetó estos logros e impulsó los suyos: entre ellos, la nacionalización bancaria, la creación de la empresa estatal, la abolición del Ejército. Nosotros experimentamos la bondad de estas fuertes reformas, que, bien administradas y cuidadas, nos habrían situado en plena vía del desarrollo humano, económico y social.
Desgraciadamente, todo este esfuerzo bienhechor se ha derrumbado rápidamente por la fuerza negativa de Gobiernos que se han encargado de socavar aquellos logros, con la intención de convertir nuestro país en un Estado de libertinaje empresarial, además de la gestión negativa de una burocracia estatal estúpida e inútil y por el abuso de los beneficios logrados en algunos sectores laborales.
Así que, a mi parecer, cuando en la campaña electoral se afirma que un “Estado fuerte” resolverá nuestros problemas, en realidad se está pensando en un “Gobierno fuerte”, dirigido por un partido fuerte, capaz de intervenir fuerte y directamente en los asuntos problemáticos, de acuerdo con sus creencias, planes y promesas. Esto no garantiza que los problemas se resuelvan ni que el poder no haya de concentrarse negativamente.
Nosotros, los electores, debemos considerar con mucho cuidado no solo el carácter, la inteligencia y los actos de los candidatos a la presidencia y sus colaboradores, sino también sus expresiones políticas, sus palabras, aquellas posibles intenciones que sus máscaras esconden, pero que se divisan cuando se observa y escucha con atención.