Aunque ya estamos acostumbrados a que desde muchos frentes se predique a los jóvenes la rebeldía y la necesidad de emanciparse del statu quo, no dejó de sorprendernos que, nada menos que nuestro ministro de Educación, declare por la prensa que su despacho está tratando de promover una “educación subversiva”.
Según el diccionario de nuestra lengua, “educación” es la acción de “educar” y este último vocablo lo define como “dirigir, encaminar, desarrollar o perfeccionar las facultades intelectuales y morales del niño o del joven” y por otra parte “subvertir”, según esa misma fuente, es “trastornar, revolver, destruir”. A la luz de tales definiciones, la afirmación del señor ministro resulta lo que en lógica se conoce como “contradictio in adjecto”, pues el adjetivo “subversivo” es contradictorio con el verbo “educar”, ya que toda educación implica, necesariamente, el respeto a un determinado orden social, que se considere deseable trasmitir, ya sea el existente en un momento determinado o cualquier otro que se proponga como ideal.
De la mano de ese planteamiento erróneo, el senor ministro, menospreciando la importancia de la obediencia en los niños y jóvenes, manifiesta desenfadadamente “que no le interesa que los niños sean obedientes, sino que estos puedan decidir qué es lo correcto, cuando enfrenten un dilema ético”. ¡Menuda carga la que pretende depositar prematuramente en los niños que apenas se inician en el aprendizaje de sus primeras letras! Para hacer decisiones de ese calibre por sí mismos, los seres humanos debemos pasar por un largo proceso de maduración y lucha, que a veces nos toma toda la vida. El despliegue intelectual y afectivo del espíritu depende en amplia medida de nuestra elección y esfuerzo, realizado por etapas a través del tiempo, en un duro combate, en el que todos debemos empezar por aceptar nuestra inmadurez e ignorancia y, en su momento, recibir obedientemente las enseñanzas de nuestros preceptores.
Ya llegará el momento, si es que llega, en que podremos reflexionar sobre lo aprendido, aceptar responsablemente lo que consideremos válido y desechar el resto, pero es evidente que esta valoración no puede hacerla un niño y resulta irresponsable empujarlo a dar ese paso antes de tiempo. Concuerdo con el señor ministro cuando dice que “si la gente quiere ser más libre, tiene que ser mas responsable”, pero entonces cabe preguntarle: ¿Responsable ante qué o ante quién? ¿No significa esa manifestación suya el reconocimiento implícito de un orden moral que queda al abrigo de toda subversión y de toda crítica? Sería muy conveniente que aclarara sus desconcertantes declaraciones.