A mediados de los 80, Costa Rica adoptó un modelo de desarrollo basado en la promoción de exportaciones, como respuesta al agotamiento de la sustitución de importaciones y al Mercado Común Centroamericano. Se llegó a la conclusión de que un país tan pequeño y con un mercado doméstico reducido necesitaba aumentar su oferta exportable para potenciar el crecimiento económico y la generación de riqueza y empleo.
Enhorabuena que así fue, porque el sector exportador ha sido uno de los principales motores de nuestra economía en los últimos 30 años, y se convirtió en fuente de empleo, imán de inversión extranjera y generador de riqueza. Sin embargo, consultada la gente acerca del libre comercio, las opiniones parecen estar muy divididas. La diferencia entre los bandos del “Sí” y del “No” en el referéndum del año 2007 fue de apenas un 3% de los votantes.
En el 2007, año del referéndum, la suma de importaciones y exportaciones representó un 84,7% del PIB costarricense. ¿Por qué una actividad tan importante para la economía nacional, que genera miles de empleos de buena calidad, no cuenta con un apoyo decidido de la población?
Las autoridades de Comex y Procomer ilustran el éxito de la estrategia comercial de Costa Rica hablándonos de la evolución de las exportaciones. En 1985, el 61% de nuestras exportaciones eran café, banano, azúcar y carne, los cuatro productos tradicionales, y solo el café representaba más de la mitad de ese total. Eran productos agrícolas expuestos a los vaivenes del clima, de poco valor agregado y con grandes fluctuaciones de precios que no permitían tan siquiera proyectar el crecimiento de un año a otro.
En el 2015, el café representó apenas un 3,2% de las exportaciones totales y los cuatro productos tradicionales constituyeron menos del 13,5%, a pesar de que se duplicaron en valor. Los principales cuatro bienes exportados en el 2015 representaron un 28% de las exportaciones totales, menos de la mitad que los cuatro productos tradicionales en 1985.
Diversificación. Hoy, Costa Rica exporta más de 4.350 productos distintos a más de 150 países en el mundo, y en algunos nuestros principales productos de exportación son de mediana y alta tecnología (dispositivos y prótesis de uso médico, agujas, cánulas y equipos de infusión y transfusión de sueros, equipos eléctricos y electrónicos, entre otros) o productos agroindustriales de mayor valor agregado ( snacks, alimentos procesados, bebidas). Incluso nuestra oferta agrícola se ha sofisticado, con café gourmet, piña dorada y otros productos specialty por los que consumidores de países ricos pagan un premio significativo.
En el 2015, un 39% de las exportaciones fueron clasificadas como de contenido tecnológico alto y medio. Los equipos médicos y de precisión, así como los productos de la industria alimentaria, eléctricos y electrónicos, químicos y farmacéuticos, plásticos y metalmecánica, representaron un 59% del total de nuestras exportaciones de bienes, mientras que los productos agrícolas y pecuarios alcanzan poco menos de la mitad de esa cifra (28%).
Pecado. Pero justo allí yace el “pecado” del modelo de desarrollo. Aunque en la década de 1980, y como parte del nuevo enfoque “hacia fuera”, Costa Rica redujo de manera significativa los aranceles de importación de la mayoría de los productos, la realidad es que nuestro país nunca apostó por la apertura comercial tanto como por la promoción de las exportaciones. Olvidamos que la ecuación del comercio internacional tiene dos componentes: importación y exportación.
Prevalece la noción de que las importaciones son negativas para la economía. Por el contrario, las importaciones son buenas y deseables porque permiten a las personas tener acceso a una mayor oferta de productos para consumir, tanto en variedad (peras, uvas, manzanas, computadoras, teléfonos inteligentes y otro sinfín de artículos que no son producidos localmente se agregan al menú de opciones de los costarricenses), diversidad (aguacate hass versus criollo para satisfacer diferentes paladares), como en calidad y precio.
De poco le sirve a una persona, a la que a duras penas le alcanza para el arroz y los frijoles, la posibilidad –teórica y legal, pero inalcanzable en la realidad en que vive– de cambiar el iPhone todos los años o el carro cada tres, si los productos cuyo consumo representa más de un 80% de sus ingresos cuentan con elevados aranceles de importación, barreras no arancelarias a su importación y esquemas de protección que otorgan al productor poderes monopolísticos.
Los empleos bien remunerados de las zonas francas y el turismo son accesibles para un reducido porcentaje de la población, en parte por fallas de nuestro propio sistema educativo. Para los que no tienen estudios secundarios completos, dominio de un segundo idioma, ni facilidad para las matemáticas o las áreas técnicas que las requieren; es decir, para quienes se deben conformar con un trabajo menos glamuroso, lo que queda es consumir arroz, frijoles, carnes, leche, quesos y azúcar artificialmente encarecidos por su exclusión de los esquemas del libre comercio. Se estima que el costo de la canasta básica de consumo está inflado en un 40% por esta causa. Tras cuernos, palos.
Énfasis en exportaciones. Si un alto porcentaje de la población costarricense no percibe los beneficios del libre comercio, es no solo porque el país no ha sabido acompañar el desarrollo con las reformas educativas necesarias para su mayor aprovechamiento, sino también porque el enfoque de la política pública se ha puesto en la promoción de exportaciones y no en el libre comercio como un todo.
Una reducción unilateral de los aranceles y barreras no arancelarias a los productos de la canasta básica y otros similarmente protegidos haría mucho más por reducir la pobreza que cualquier programa asistencialista. Y de paso contribuiría a mejorar la opinión pública del libre comercio.
El autor es economista.