La economía costarricense es pequeña y altamente abierta, lo que es lo mismo que decir dolarizada de facto. Esta reciente realidad ofrece una complejidad simple: un espejismo económico que nos puede llevar donde no están ni los verdaderos problemas, ni su solución, lo que genera errores de política pública que afectan directamente las Mipymes.
Según el Banco Mundial, la suma del comercio internacional de Costa Rica representó el 84,8% del PIB en el 2012. Entonces, los movimientos en la tasa de cambio tienen efectos determinantes en la economía, tanto de las familias como de las empresas, especialmente de las mipymes.
Cuando aumenta el precio del dólar, la posibilidad de exportar se vuelve más competitiva, pero la mayoría de las mipymes y las familias costarricenses, todas consumidoras de insumos productivos o productos de consumo importados, y que no son exportadoras, reciben salarios o venden sus productos en colones devaluados. Eso los hace enfrentar el impacto de la depreciación de su moneda, más allá de lo que mide la inflación.
Las medidas que se toman para tener una inflación baja, como la política monetaria de aumentar la tasa de interés, para frenar el consumo e incentivar el ahorro, puede ser uno de esos errores, que impactan tanto la bolsa de los asalariados, como las capacidades de generar empleo de las empresas, sobre todo en las mipymes.
Y el desempleo es el mayor reto social mundial de largo plazo, según reporta el último informe de competitividad emitido por el Foro Económico Mundial (2014). Por eso, defender con esos medios una baja inflación para incentivar el crecimiento económico, se hace olvidando que la baja inflación también puede estar acompañada de recesión y alto desempleo.
La solución. En este caso, la opción más efectiva para generar empleo para la economía es estimular la creación y fortalecimiento de las mipymes. En vez de atender eso, se mira para otra parte y se crean nuevas trabas: el crédito se encarece, la Banca para el Desarrollo aún no florece y las condiciones reales se hacen más complejas, especialmente para las empresas que no logran formalizarse.
A eso hay que añadir el déficit fiscal que no es solamente un problema del Gobierno, sino, más bien, de todos, porque al afectar las calificaciones internacionales de riesgo del país aumenta el costo financiero de nuestros préstamos internacionales, presiona nuestra moneda y volvemos a lo mismo: un impacto en el aumento de precios, para todos, pero especialmente para las mipymes, que son el 98% del parque empresarial.
Amén de pagar todo más caro, también el financiamiento les resulta más difícil, si las tasas no les favorecen. Lo que funcionó en el pasado, ya no es una opción: el bajo costo del financiamiento en el exterior (eurobonos) o sostener la inflación aumentando las tasas o dejar flotar la moneda entre bandas “anchas”.
Hoy, la protagonista de la política pública es la macroeconomía, basada en un espejismo económico. Se necesita un sano balance. Es urgente contener el déficit fiscal, pero también se debe resolver lo grande en lo pequeño; es decir, proteger, apoyar y estimular a las mipymes que generan más de la mitad del empleo, que son el motor real de la economía y el mejor instrumento de lucha contra la pobreza.
Una economía pequeña y altamente abierta o dolarizada de facto es una nueva realidad que ofrece una complejidad simple: un espejismo económico. El peligro no está en enfrentar los problemas, sino en seguir solucionando los equivocados.