Esta noche en el Teatro de la Aduana, en el cual todavía se siente la presencia de unos personajes que andan en busca de un autor y se marcharon sin encontrarlo para luego continuar su búsqueda eterna en otros lares, otros personajes llegan a convertir el escenario en un jardín, no de flores, sino de pulpos.
Se estrena la obra Jardín de pulpos, del ecuatoriano Aristides Vargas, que vino a Costa Rica a dirigir su obra junto con Sharo Francés, magnífica actriz y codirectora del montaje.
Es un drama palpitante, de gran intensidad y fuerza. La puesta es innovadora, casi revolucionaria, y, estoy seguro, producirá muchos comentarios y discusiones. A muchos les gustará y otros la rechazarán, pero nadie permanecerá indiferente ante este montaje.
Aristides y Sharo son miembros del grupo teatral "Mala Yerba", que nos visitó hace cuatro años durante el Festival Internacional de las Artes cuando presentaron, con mucho éxito, Francisco Caromarga. El grupo fue formado en 1979 por actores y actrices que deseaban crear un teatro no comercual de alto valor artístico. A pesar de no contar con ninguna ayuda estatal, el grupo ha ido creciendo y fortaleciéndose y en la actualidad su prestigio ha traspasado las fronteras de su patria.
Durante uno de los ensayos tuve la oportunidad de conversar con el autor- director, quien se mostró entusiasmado con el montaje.
"Esta obra se han montado en varios países, siempre con mucho éxito --me dijo--; recuerdo especialmente algunos montajes, naturalmente el de mi país, el de México, el de Colombia, el de los Estados Unidos y el de Francia. Pero cada montaje es diferente y, hasta cierto punto, es una creación nueva. Creo que es muy importante enfrentar a los actores con el texto, estudiar sus reacciones y sus aportes y luego entrar juntos en la labor de la creación final. Incluso el lenguaje es diferente. En casi todos los países hemos usado el tú tradicional, pero aquí usamos el vos, que es corriente en Costa Rica.
Le digo que observé en los ensayos una plasticidad poco usual en los montajes tradicionales, una especie de ballet teatral, algunas escenas en las que la parte visual parecía imponerse a las palabras.
"Es cierto --me contestó--. Me considero un dramaturgo de imágenes. Y en gran parte esto se debe a mi respeto por la reacción y el trabajo de los actores. Tal vez la causa principal sea el hecho de que mi grupo se formó inicialmente solo por actores y actrices que, con el pasar del tiempo, fueron especializándose en algunas ramas del quehacer teatral. Yo me incliné por afición y porque pensé que tenía alguna vocación o facilidad por la dramaturgia, pero sigo siendo actor. Por cierto que en Ecuador hice siempre el papel protagónico porque, al ser una obra casi autobiográfica, tocaba temas muy íntimos míos."
Me contó que para este montaje se hicieron dos audiciones, y en la segunda ya estuvo él presente. "Me gusta mucho el grupo escogido. Casi todos son muy jóvenes; algunos con poca experiencia teatral. Pero la falta de experiencia la compensan ampliamente con su gran entusiasmo y con la manera genuina como enfrentan el texto. De todas maneras, mi trabajo parte de lo que hace el actor. No tengo imágenes preconcebidas. Es el actor el que construye su propia obra, la cual pasa a ser también la mía."
Me contó también que, al principio, todos los montajes que llevó a cabo "Mala Yerba" fueron clásicos, como algunas obras de Betch y otras de García Lorca, pero luego comenzaron a producir sus propios textos. "Es una labor más creativa y más íntima."
"La crítica, tanto la ecuatoriana como la de otros países que hemos visitado, ha sido muy generosa con nosotros. Pero lo más importante es que esta reacción ha sido compartida por el público. Creo que en esta obra el espectador se identifica con un personaje en busca de su memoria. Y se vuelve un personaje más de la obra."
Personalmente percibí en el montaje rastros del realismo mágico de la literatura latinoamericana y de la obra de Juan Rulfo. Es como entrar en un país de sueños en el cual no existe ninguna diferencia entre los vivos y los muertos. Es una experiencia que el público que se acerque en estas noches al Teatro de la Aduana podrá compartir, disfrutar y luego meditar cuando se apaguen las luces del escenario.