Para un país pequeño como Costa Rica y, de hecho, para todos los países en desarrollo, no existe otra opción que profundizar su integración con la economía mundial. Solo si nos abrimos podremos desarrollar sectores productivos dinámicos, capaces de competir a escala internacional. Pero, sobre todo, solo si nos abrimos podremos crear empleos suficientes y de calidad para reducir la pobreza.
A menudo me sorprende que hablar de integración comercial, de verdadera integración comercial, siga siendo tan difícil en buena parte de América Latina. Con todos sus errores y debilidades, el libre comercio ha sido la herramienta de desarrollo más poderosa con la que ha contado la humanidad en épocas recientes, particularmente para los países más pobres del mundo. Ha sido, también, el bastión de una política exterior que produce resultados concretos en las vidas de los individuos, y no solo floridas declaraciones en cumbres internacionales.
Recientemente, la revista The Economist informó que cerca de mil millones de personas en el mundo habían salido de la pobreza extrema en un periodo de 20 años. Solo China, un país que ha abrazado la globalización con particular fervor, es responsable de tres cuartos de esa reducción. El crecimiento de esa economía ha sido tan rápido que la pobreza extrema está desapareciendo. 680 millones de chinos salieron de la miseria de 1981 al 2010, reduciendo la tasa de pobreza extrema de 84% en 1980 a 10% actualmente. En pocas palabras, China convirtió 680 millones de pobres en trabajadores. Y para crear fuentes de empleo estables y bien remuneradas hay que abrirse a los flujos comerciales y de inversión.
Si aspiramos a la prosperidad, no debemos bajarnos del tren del libre comercio. Esta es una afirmación que, sin embargo, algunos países de la región entienden de una manera y otros de otra. Por un lado, tenemos a los países de la Alianza del Pacífico: Colombia, Chile, Perú, México y muy pronto Costa Rica, y quizás Panamá y Guatemala. Por otro lado, tenemos a los países del Mercosur, liderados por Brasil. La integración en ambos bloques comerciales difiere no sólo en la igualdad de condiciones en que esas naciones participan en la toma de decisiones y en el intercambio comercial, sino también en el sentido de urgencia para conquistar nuevos mercados y competir efectivamente.
Los miembros de la Alianza del Pacífico son economías abiertas y defensoras de la globalización, con una amplia red de tratados de libre comercio y fuertes lazos comerciales con Asia. Su Producto Interno Bruto conjunto es de cerca de $2 trillones, lo que equivale a un 35% del total del Producto Interno Bruto de América Latina, y no es mucho menor que el de Brasil. Resalta la revista The Economist, también, que el sector privado ha desempeñado un rol fundamental para permitir el rápido avance de la Alianza, lo que incluye la creación de una bolsa de valores común entre Chile, Colombia y Perú y la armonización de reglas de origen para facilitar el comercio de bienes. Poco a poco, los gobiernos se han propuesto solucionar el “spaghetti bowl” de tratados de libre comercio que habían señalado los expertos, enfocándose en la negociación de reglas comunes para el intercambio comercial y la atracción de inversión extranjera.
A la Alianza del Pacífico la antecede otro esfuerzo integracionista regional que, sin embargo, lleva más de dos décadas tratando de despegar: el Mercosur. En 1991, Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay proclamaron una región comercial abierta y una profundización del vínculo de sus economías con el resto del mundo. Esas proclamas se han quedado en el papel debido a la politización del organismo y al peso abrumador que tiene Brasil en sus decisiones.
El año pasado, Mercosur le dio la bienvenida a Venezuela, un país que lo único que ha hecho por el libre comercio es condenarlo. Asimismo, mientras los pequeños países de Centroamérica terminamos, durante mi segundo gobierno, de negociar en un par de años un acuerdo de asociación estratégica con la Unión Europea, Mercosur lleva más de 24 años negociándolo, particularmente por la oposición de Argentina.
Parece que el único gran ganador del Mercosur es Brasil, cuyas compañías obtienen ganancias millonarias con contratos en Venezuela y en Argentina, mientras las economías de estos países crecen poco y la inflación aumenta. Hay que dar tiempo para ver en la realidad el potencial que tiene la Alianza del Pacífico frente al Mercosur. Por el momento, podemos augurar que sus resultados serán no solo mayores, sino que ocurrirán más pronto de lo que hasta ahora han ocurrido en el Mercosur.
Quisiera, sin embargo, ver a los países de la Alianza integrarse con Brasil, un gigante cuyo peso en la región es indiscutible. Evidentemente, para que ello suceda Brasil tendrá que aceptar que las reglas del libre comercio sean iguales para todos.