El final de este período presidencial es momento oportuno para una balanceada y justa reflexión. En el campo de la política y en muchos otros, hay una tendencia natural a ver más lo malo que lo bueno. Es natural que un gobernante cometa errores, pero difícilmente un gobernante solo errores cometerá.
En nuestra opinión, doña Laura hizo un buen trabajo. Los logros lo demuestran. Sopesando lo bueno con lo malo, es más lo bueno que nos deja como legado. Nadie puede negar su esfuerzo y dedicación; y mucho menos la ausencia absoluta de sacar provecho personal con el ejercicio del cargo. No flaqueó, ni titubeó; dio la cara en todo momento. Ni siquiera las desproporcionadas críticas, hasta de sus supuestos copartidarios, la hicieron quebrarse.
A cuento del “puente de la platina” y de las alcantarillas colapsadas que hundieron carreteras, se ha tenido su gobierno como inútil. A cuento de la trocha, se le ha tenido como corrupto. La inutilidad y la corrupción son características usuales en las administraciones públicas latinoamericanas. El asunto es cuánto se hace por descarrilar estas cosas, y no puede decirse que doña Laura alcahueteó o fomentó la inutilidad o la corrupción. Todo lo contrario.
A Laura, además, le ha correspondido gobernar en tiempos difíciles. Nuestro país sufrió las consecuencias de la prolongada crisis financiera en Estados Unidos y Europa, y las consecuencias fiscales. Frente a estas, demostró capacidad para tomar decisiones nada populares, como han sido los estrictos aumentos salariales a los empleados públicos. No debe olvidarse que oportunamente presentó los proyectos de ley necesarios, que fueron boicoteados por los partidos de oposición y por recursos ante la Sala Constitucional.
Por supuesto que es verdad aquello que dice: “de los gobernantes se esperan grandes cosas”. De hecho, se esperan milagros. Es natural que, cuando estos no llegan, aparezcan las frustraciones, los despechos, la cólera… de todos modos, doña Laura ya se va.
Méritos. Tengamos la virtud humana de valorar justamente las cosas. Solo intereses meramente politiqueros podrían impedir los reconocimientos debidos a quien puso alma, corazón y salud al servicio de todos nosotros, de buena fe y solo con la férrea voluntad de hacer lo necesario y conveniente, dentro de lo posible, en un contexto, desde casi todos los ángulos.
A nuestro criterio, el principal logro de doña Laura fue la defensa de nuestra dignidad nacional. Ciertamente no sacó policialmente a Pastora y a sus secuaces de la isla Calero, pero sí los tiene afuera en uso del derecho internacional; incluso, el tema de los límites marítimos va para La Haya.
Su idea de la apertura de la trocha fue la culminación de su positiva gestión del conflicto porque, además, creó la posibilidad de llevar desarrollo a una zona que se encontraba en un abandono histórico imperdonable.
Nuestros ciudadanos hoy no perciben la inseguridad interna como el problema número uno. No es que ya se acabó la delincuencia, pero sí hay más control y presencia policial. En el campo de la guerra al narcotráfico, aunque aún hay mucho por hacer, es bastante lo que se ha hecho.
Son manifiestos los éxitos del gobierno de doña Laura en la red de cuido y la transparencia en la asignación de ayudas sociales. Pese a que las condiciones de los servicios públicos de salud todavía requieren mejoras importantes, es notorio que se superó la crisis que casi lleva a la CCSS a la quiebra. Se puso orden en la concesión abusiva de incapacidades y en beneficios “laborales” desproporcionados, y se lograron múltiples y relevantes beneficios en cuanto a economía. En realidad, son innumerables los logros.
Es la hora de ver lo bueno y de tener la entereza de reconocerlo. Es asunto de justicia y de nobleza. Es algo que se puede hacer ya, sin esperar veinte años o más. A doña Laura se le golpeó desmedidamente. Con sinceridad, y reflexionando sobre las circunstancias en que le tocó gobernar, la “puritica verdad” es que puede levantar con satisfacción su frente e irse tranquila, segura de que hizo un digno gobierno y de que los errores estuvieron también presentes en quienes la antecedieron, y de seguro lo estarán en aquellos que le sucederán en el futuro.
A doña Laura, yo sí le agradezco su esfuerzo y su firmeza.