Soy uno de los tantos costarricenses a quienes les invade el mal de la indiferencia electoral.
No puedo evitarlo; las constantes noticias de corrupción y propuestas gubernamentales incumplidas, me quitan el hambre de volver a creer en una determinada propuesta partidista.
También, siempre he creído que todo en la vida tiene primeras, segundas y, por qué no, hasta terceras oportunidades, y el mundo de la política no es la excepción.
Siempre hay ocasión para cambiar el rumbo oscuro y tenebroso de la incertidumbre por un camino de esperanza.
Lo que me confunde es la razón que mueve a ciertos actores políticos a pretender enganchar a los electores, por medio de anuncios publicitarios, implementando imágenes grotescas para evidenciar una verdad inapelable.
El pueblo costarricense, por más sabido con un amplio nivel de escolaridad, tiene la capacidad de detectar esa realidad que se quiere transmitir, pero por medio de un canal de comunicación directo, transparente, sin necesidad de artificios burdos e innecesarios que –en vez de lograr una reflexión profunda y concienzuda sobre los males sociales y económicos–, más bien tiende a generar un morbo superficial que lleva al espectador a un escenario de mucha estética, pero de poco fondo, en cuanto a la realidad social que se quiere transmitir.
Aquí no hay doble moral ni nada que se le parezca.
Es conocida la corrupción que impera en muchas esferas gubernamentales, eso no se niega pues sería una utopía, pero lo cierto es que para lograr que la gente “no se deje”, se puede concientizar de una manera más inteligente y fresca, verbigracia, a través de exposición de condiciones sociales de desigualdad o miseria que denoten la enorme brecha que actualmente se ensancha conforme las promesas de una política social se esfuman entre promesas y excusas.
Para guiñarle el ojo a ese público a quien se pretende atraer hacia un candidato, se requiere una imagen seria
que proyecte una iniciativa proactiva, frente a los problemas sociales que aquejan el país;
que proyecte un liderazgo nato, al punto de poder inspirarse en la propuesta que se nos hace llegar. Mostrando, en son dizque jocoso, el daño físico que se le ocasiona a una persona –en lo propio–, me genera desconfianza hacia la credibilidad de esa persona como aspirante, semejante fenómeno se dio en las elecciones pasadas, con una persona quien apostó a vender su imagen como “el menos malo”.
Apuesto por un cambio en la dinámica de los cortes publicitarios electorales para que sean más productivos que cosméticos, más inteligentes que toscos, que contengan un rostro humano, sensible y que no se aprovechen de las condiciones de género para burlarse, so pretexto para concientizar, de la inteligencia y raciocinio de los costarricenses, quienes merecemos una apuesta de altura frente a los problemas gubernamentales que hoy en día nos afectan.
Y usted... ¿por qué apuesta?