El tema de la desigualdad ha tomado importancia creciente en las últimas décadas. Parece haber desplazado, en la discusión pública, al de la pobreza. Normalmente, se trata de la desigualdad de ingreso entre familias, no de desigualdad de oportunidad, que es tan o más importante. Parte de la culpa de un posible aumento en la desigualdad de ingresos suele atribuirse a los avances en las modernas tecnologías de información y comunicaciones (TIC), que desplazan mano de obra en muchas áreas del quehacer humano.
Como documenta la historia, es un hecho que los avances tecnológicos —que permiten hacer lo mismo, o más, con menor sacrificio de recursos— siempre han aparejado problemas para algunos subgrupos de la sociedad. El arado desplazó a muchos jornaleros de pala y pico, las centrales telefónicas automatizadas eliminaron los cargos de telefonista, la electricidad complicó la vida a los fabricantes de candelas. La imprenta de caracteres movibles de Gutenberg dejó en la calle a muchos copistas amanuenses de la antigüedad (¡cuánto no daría yo por encontrar hoy uno bueno, que despacio y con buenísima letra me produzca una copia del evangelio según San Juan: In princípio erat Verbum: & Verbum erat apud Deum [… ] Omnia per ipsum facta sunt: & sine ipso factum est nihil quod factum est …!)
La incorporación de ordenadores, en prácticamente todo, eliminó las chambas de muchos contadores, mecanógrafos, dibujantes y encargados de archivo. Y cada día más y más labores que otrora desempeñaron seres humanos son realizadas con singular eficiencia por máquinas, que, entre otras cosas, pueden silenciosamente trabajar 24/7, no piden aumentos de sueldo ni hacen huelgas. Pero quienes adquieren y aplican conocimientos complementarios a los de las nuevas máquinas y software suelen ver incrementados, muchas veces de manera significativa, sus ingresos.
Nueva realidad. Siempre las economías produjeron nuevos empleos, en otras áreas (guías turísticos, dietistas, administradores de spa o de fortunas familiares) para los desplazados. Sin embargo, muchos dudan que eso pueda ocurrir, en el grado necesario, en estos tiempos, y son del criterio de que si bien las TIC contribuyen a la creación de nuevos ricos, en ausencia de medidas correctivas también coadyuvarán a crear (y en mayor cantidad) nuevos pobres.
A la sociedad no le conviene oponerse a la adopción de nuevas tecnologías, que abaratan el costo de la vida para todos. Lo procedente es asegurar que el sistema educativo tenga entre sus propósitos capacitar a sus miembros para que puedan desempeñarse con éxito en un mundo cambiante. Los empleos por toda la vida profesional, y con un solo patrono, solo existen hoy en algunas oficinas públicas, pero no en empresas que compiten en un mundo globalizado. Esquemas como la educación dual, teórico-práctica, el de aprendices, la educación y el entrenamiento continuos van en este sentido.
Quizá con la excepción de algunos países donde domina el islam, en el mundo ha mejorado significativamente la igualdad de género. Hoy, por ejemplo, en Costa Rica asisten y se gradúan de las universidades tantas mujeres como hombres. También en las juntas directivas y en los niveles gerenciales de empresas públicas y privadas se observa una mayor participación femenina. Pero, como veremos, esto, que es encomiable, podría contribuir a aumentar la desigualdad de ingreso entre familias.
En efecto, me enteré recién de una espontánea recomendación de una joven a sus compañeras de estudio en la Universidad de Princeton. Sí, Princeton, en Nueva Jersey, donde pasó sus últimos años Albert Einstein. Palabras más, palabras menos, su consejo fue el siguiente: “Chavalas, busquen esposo antes de graduarse, pues difícilmente encontrarán fuera del campus un conjunto de candidatos con tantas posibilidades de éxito profesional y financiero como el que tienen entre sus compañeros”. Por calculadora, la recomendación fue criticada por moralistas, feministas, por tirios y troyanos. Pero, hay que reconocer, en el fondo, contiene una gran dosis de verdad.
Desigualdad superior. A principios de la década de 1970, Gary Becker, economista de la Universidad de Chicago, documentó que el ingreso de más y más mujeres a la fuerza de trabajo había elevado el “costo de oportunidad” de la crianza de hijos.
También, que el aumento en la tasa de retorno que ofrece la educación formal había elevado el deseo de dotar a los hijos de una mayor (y mejor) escolaridad.
Si a estas observaciones de Becker se une la recomendación de la chavala de Princeton, que de acogerse implicaría que en un subgrupo selecto de hogares habrá dos proveedores de altos ingresos, y un bajo número de hijos, la conclusión es que muy pronto la desigualdad de ingreso familiar será superior a la que se observaba, por ej., en la década de 1940 y, además, que ella podría sostenerse de generación en generación.
Por lo anterior, los presupuestos públicos, en particular los del Gobierno Central y los de entes del sector social, y los programas de trabajo que ellos financian, han de prepararse con sumo cuidado, a fin de que, en realidad, contribuyan a igualar entre familias las enormes oportunidades que en la vida ofrece la educación de calidad, así como sus ingresos.
El autor es economista.