Estoy seguro de que el señor cardenal de México puede defenderse solo de lo que dijo, o trató de decir el 2 de agosto, sobre el papel de las mujeres –distinto del de los hombres– y el recato que deben observar en la sociedad moderna. Sin embargo, me ha llamado la atención cómo han reaccionado algunas féminas en torno a ese discurso. Primero que nada, le dan importancia a la opinión de un hombre célibe, que sin casarse ni tener hijos, habla sobre el papel de la mujer, el matrimonio y cómo llevar una familia. Por favor señoras, tengan más cuidado al escoger a sus adversarios intelectuales, porque si hay algo de lo que un sacerdote no sabe nada, es precisamente eso: mujeres, sexo, matrimonio y la crianza de los hijos. Esos temas son tabú, y el sacerdote no tiene más alternativa que abordarlos “por instrumentos”, de oídas, que es lo único que le queda a un hombre que decidió no casarse, no tener sexo, y menos aún hijos.
Señoras, la Iglesia católica es prácticamente una logia de hombres, que sin saber nada de ustedes, se atreve a opinar sobre las mujeres. Ya sobre el tema de fondo, examinemos la “igualdad” de las mujeres, en relación con los hombres y viceversa, eso que preocupa tanto a las feministas.
Acepto y defiendo la igualdad de derechos de ambos géneros, que juntos conformamos la humanidad, igualdad de derechos que es principio de vida y norma básica de existencia. Soy hijo de mujer y tengo dos hijas.
Diferencias. Sin embargo, zanjado ese asunto de la igualdad de derechos, cuando examino a ambos géneros, más que “igualdades”, encuentro diferencias. Comencemos con las más evidentes: el hombre promedio es más alto, pesado y fuerte que la mujer promedio. De ahí que las pobres mujeres siempre llevan la peor parte en las peleas domésticas: casi el 100% de las víctimas fatales son mujeres. Si fueran iguales, en esa guerra doméstica que vivimos en Costa Rica, los hombres pondríamos la mitad de los muertos, por aquello de la igualdad física; pero no es así. Solo ellas mueren inmoladas en los hogares de la injusticia, a manos de hombres cobardes, más grandes y fuertes que ellas.
Veo más diferencias: los hombres fecundamos, y ellas hacen algo que nunca haremos: llevar otra vida dentro de ellas mismas, cosa inimaginable e improcesable en nuestra psique masculina. La anatomía, la urología y la ginecología nos señalan diferencias del todo visibles y palpables, no solo por la forma, sino por los resultados que se derivan de esas diferencias.
Sigamos en nuestro periplo sobre la diferencia. Llegamos a la que es tal vez la más notoria, donde la mujer no solo es distinta del hombre, sino superior: la inteligencia emocional, área en la que ellas son maestras insuperables. Este territorio es esencialmente femenino, ahí donde los hombres somos torpes, muchas veces hasta llegar al ridículo. Una niña de 13 o 14 años ya tiene idea de si va a tener hijos, qué nombre les pondría y a cuál edad le gustaría casarse. En cambio, un “hombre” de 20 años es un adolescente tardío, que tiene una vaga idea de lo que quiere hacer en la vida, y que en los tiempos actuales, dedica (malgasta) parte importante de su tiempo en juegos electrónicos y viendo partidos de futbol. En esta materia, las mujeres son diferentes y superiores al hombre, por cualquier lado que se le mire.
Soy el producto de la sabiduría y sensatez de mi adorado padre, y de la entrega, ternura, amor y dedicación de mi santa madre. Cada uno aportó lo mejor de sí mismo y de las particularidades complementarias de su género, para criarme lo mejor que pudieron. Por otra parte, si ser iguales a los hombres significa imitarlo en sus vicios: tomar, fumar, hablar mal, trasnochar y tener sexo instintivo y casual, sin compromisos emocionales –tan criticado en los hombres– pues debo admitir que algunas mujeres sí están alcanzando esa “igualdad”. Equipararse hacia abajo no es crecer: es degradarse, como persona y como género.
Finalmente, si las feministas no quieren ser recatadas –porque es un supuesto signo de machismo– entonces: ¿por qué se quejan del mal uso de la figura femenina, si son precisamente las mujeres sin recato las que promueven esa mala imagen, que tanto ofende a las feministas? Si no quieren recato, pues que así sea. Pero que no se rasguen las vestiduras cuando vean en la televisión y en los periódicos las figuras de mujeres casi desnudas y poco recatadas, promocionando la imagen de lo que ellas quieren ser –mujeres sin recato– pero que, contradictoriamente, critican.
¿Quién me puede deshacer este enredo?