LONDRES – Hace unas semanas, el presidente electo de Estados Unidos, Donald Trump, recurrió a Twitter –su medio preferido– para declarar que no necesitaba del permiso de China para contactar a Taiwán, porque China no le pedía permiso para devaluar su moneda. En ese momento, mi esperanza de que el cambio radical personificado por Trump fuera económicamente beneficioso para Estados Unidos disminuyó.
Creo que las economías desarrolladas necesitan una sacudida para dejar atrás su malestar posterior al 2008 y su excesiva dependencia de una política monetaria laxa. Dada la tendencia de Trump a alborotar las cosas, parecía un buen candidato para la tarea. Pero si la alteración de Trump realmente fuera a ayudar a Estados Unidos, necesitaría centrarse en los puntos económicos esenciales, más que en memes populistas simplistas, muchas veces falsos.
A juzgar por sus acusaciones contra China, parece que Trump simplemente está agitando el bote y exasperando a sus seguidores –no impulsando ningún tipo de agenda constructiva–. Después de todo, cualquier observador razonable de China, incluidos algunos de los propios asesores de Trump con quienes he trabajado en el pasado, sabe que el país no ha devaluado su moneda por algún tiempo.
Es cierto, el yuan chino ha caído recientemente frente al dólar, pero no tanto como el yen japonés, el euro o la libra británica, y esas caídas han sido impulsadas por una confianza relativa en la economía estadounidense. En cualquier caso, los chinos tienen una política de tipo de cambio ponderada según la balanza comercial, que no se basa en mantener el yuan en algún nivel previsto en relación al dólar.
En lugar de acusar a China de minar la competitividad de las empresas estadounidenses, Trump debería concentrarse en una estrategia procrecimiento genuina. Esta estrategia podría seguir el modelo británico de la zona industrial del norte –que yo ayudé a crear cuando era miembro del gobierno– centrada en revitalizar las economías del excorazón industrial británico.
Londres es la única ciudad del Reino Unido que se ubica entre las 50 principales del mundo. Eso es importante en un mundo donde, en los últimos 20 años, las ciudades han representado más del 60% del crecimiento económico, la expansión de la riqueza y las alzas en los niveles de vida. Individualmente, las ciudades mucho más pequeñas en el norte de Inglaterra en verdad no pueden competir con eso.
Pero, si se unieran las ciudades importantes como Manchester, Sheffield, Leeds y Liverpool, el norte podría estar mucho más ensamblado, con siete millones de personas que actuarían como una economía regional única, ofreciendo así muchos de los beneficios de aglomeración de las ciudades globales importantes. Y, por cierto, las distancias entre Manchester, Leeds, Liverpool y Sheffield son más cortas que las distancias cubiertas por las líneas Central, District y Piccadilly en el metro de Londres. Por lo tanto, con sistemas de transporte de última generación asequibles, resulta evidente que estas ciudades podrían sacar ventaja de los beneficios de la aglomeración urbana.
Por supuesto, las ciudades del norte de Inglaterra están orgullosas de sus historias únicas y ansiosas por mantener su sentido de identidad individual. No se les quitaría nada de eso. Si bien es entendible que algunas hayan visto la estrategia de la zona industrial del norte como una plataforma para enfatizar su propia superioridad, esto es de poca ayuda, en particular porque hace que algunos de los responsables de las tomas de decisiones en el gobierno central duden de la relevancia del proyecto. ¿Por qué invertir tanto en estas ciudades, cuando tantas otras áreas del país también atraviesan dificultades? La única respuesta es precisamente la oportunidad de recoger los beneficios de la integración.
Afortunadamente, a pesar de algunas dudas, el gobierno del Reino Unido ha anunciado esfuerzos para poner en marcha algunas de las conexiones de transporte necesarias, con el objetivo de acortar el trayecto en tren entre Leeds y Manchester a 30 minutos. Pero otros elementos del plan de la zona industrial del norte son igualmente importantes, especialmente la devolución de poderes de toma de decisiones significativas –y algunos poderes de gasto e ingreso– al nivel de la ciudad, a cambio de elegir alcaldes (algo que el Reino Unido puede aprender de Estados Unidos). Después de todo, Inglaterra probablemente sea la economía más políticamente centralizada de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), una realidad que tal vez contribuya a sus profundos desequilibrios regionales.
Más allá de la devolución y el transporte, el norte de Inglaterra necesita mejorar drásticamente la educación y capacidades de su fuerza laboral, para atraer y retener a las empresas más vanguardistas. Los planes para replicar algunas de las mejoras destacables en los logros educativos de Londres y el sudeste de Inglaterra en los últimos 20 años son ambiciosos pero alcanzables.
La realidad es que, con una mayor autoridad en la toma de decisiones y más conexiones y capacidades, las ciudades del norte de Inglaterra pueden volverse más dinámicas, revirtiendo potencialmente décadas de relativa decadencia económica. Por cierto, me aventuraría a predecir que el proyecto de la zona industrial del norte, que ya ha atraído la atención de inversores locales y extranjeros, será una de las políticas económicas estructurales más importantes del Reino Unido en muchos de los años por venir. Es por este motivo que es crítico que los líderes del Reino Unido sigan promoviéndolo.
La estrategia de la zona industrial del norte ofrece lecciones valiosas para otros países. China ya está persiguiendo una estrategia de desarrollo regional similar, destinada a revitalizar su viejo cinturón industrial del norte, sacándole así parte de la presión a sus ciudades costeras ultradinámicas. Estados Unidos debería seguir el ejemplo, con un plan para revitalizar el llamado Cinturón de Óxido que fue integral para la victoria de Trump.
Como beneficio adicional, una estrategia de este tipo podría estimular una “envidia competitiva” en otras regiones de crecimiento lento. Eso es lo que sucedió en el Reino Unido, donde el progreso en el norte de Inglaterra llevó a algunos a reivindicar, por caso, un “motor de la zona central de Inglaterra”, que cubre la otra área urbana importante del Reino Unido fuera de Londres, con muchas ciudades en estrecha proximidad entre sí.
Por supuesto, Estados Unidos es mucho más grande que Inglaterra, y sus viejas ciudades industriales están mucho más separadas entre sí. Pero algunas de las ideas que han animado la región industrial del norte podrían enriqucer considerablemente los planes económicos de Trump. Dado que la inversión en infraestructura es un elemento clave de su agenda, y que la devolución de poderes a los estados es popular entre los republicanos estadounidenses, allí ciertamente parece haber espacio para una estrategia de estas características.
Jim O’Neill, expresidente de Goldman Sachs Asset Management y ex secretario comercial del Tesoro del Reino Unido, es profesor honorario de Economía en la Universidad de Manchester y presidente de la Revisión de la Resistencia Antimicrobial del gobierno británico. Project Syndicate 1995–2016 ©