ABU DABI – Una crisis de seguridad global de proporciones sin precedentes está desatada en Medio Oriente, y se extiende día tras día, pues millones de refugiados dejan Siria e Irak.
La crisis no solo afecta ahora a los vecinos inmediatos de Siria, y agota los recursos de estos países, y asimismo agudiza las tensiones étnicas y sociales, sino que ahora incluye a todos los miembros permanentes actuales del Consejo de Seguridad, excepto China. Llegó la hora de que todos los aspirantes a miembros permanentes del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas –Alemania, la India, Japón, Brasil y Egipto– se pronuncien.
Es palpable el deseo de un acuerdo político que podría poner fin a la guerra civil en Siria; pero queda por debatir –o pugnar– cómo sería dicho acuerdo. En efecto, Rusia y los Estados Unidos se persiguen como boxeadores antes de que siquiera comience el combate, y están apoyando a diferentes facciones y tratando de asegurar que sus aliados en un conflicto multidimensional vayan avanzando o al menos mantengan su posición.
Está clara la necesidad de una cooperación amplia –y el apoyo de todos los miembros del Consejo de Seguridad–. Por esta razón, John Kerry, secretario de Estado de los Estados Unidos, mantiene conversaciones con Rusia, Arabia Saudita y Turquía para reunir el apoyo a una nueva ronda de conversaciones internacionales. Además, el enviado especial de las Naciones Unidas y la Liga Árabe a Siria, Staffan de Mistura, ha creado una serie de grupos de trabajo, presididos por los europeos para “crear un marco de conversaciones concretas entre el gobierno sirio y la oposición”.
En la creación de un acuerdo de paz, sería muy útil una coalición de países que no estén directamente involucrados en la crisis. Esta coalición –en la que participen, por ejemplo, Alemania, la India, Japón, Brasil y Egipto– podría aumentar la presión sobre el presidente Bashar al-Asad para negociar, si se consigue convencer al presidente ruso Vladimir Putin de que el mundo está siguiendo de cerca sus esfuerzos de lograr un acuerdo y que su reputación está en juego.
Asimismo, los miembros de la coalición podrían convencer a otros actores regionales clave de influir con el objetivo de alcanzar la paz duradera. Por ejemplo, Alemania reconoce que la única solución a largo plazo al problema del flujo de refugiados hacia Europa radica en eliminar la necesidad de huir, y ha empezado a tomar algunas medidas. El ministro de Relaciones Exteriores, Frank-Walter Steinmeier viajó a Turquía en setiembre para ayudar a concluir el acuerdo de aceptar refugiados en este país a cambio de restablecer conversaciones para la adhesión de Turquía a la Unión Europea. Un experto destacado alemán de política exterior, Volker Perthes, está copresidiendo uno de los grupos de trabajo de Mistura.
Falta todavía que los otros países tomen medidas. Sin embargo, también tienen numerosas razones y mucho que ofrecer.
La India, así como Pakistán, tiene mucho que ganar al fortalecer los intercambios comerciales, energéticos y de inversión del sudoeste asiático. Desde la firma del acuerdo nuclear de Irán, la India ha estado analizando renovar el plan de construir un gasoducto entre Irán, Pakistán y su país, en el que participen China y Rusia. Sin embargo, dicho plan sería imposible sin antes estabilizar la situación en Siria y la decisión de Irán de interrumpir su apoyo a Hezbolá.
La India tiene una sólida relación con Irán, sustentada por vínculos culturales, sociales, políticos y económicos duraderos; y ahora está financiando la renovación del puerto iraní de Chabahar, que le dará acceso directo a Afganistán. Esto le permitirá tener una posición fuerte para alentar la presión de Irán sobre Asad. Del mismo modo, la India puede aprovechar su relación con Rusia –sigue siendo un importador importante de armas rusas– para ayudar a impulsar el progreso.
La potencial contribución de Japón incluye también a Irán, país con el que ha mantenido últimamente una relación más estrecha, no solo porque Japón necesita el gas y el petróleo de Irán. Temprano el mes pasado en Teherán, los ministros japonés e iraní de Relaciones Exteriores acordaron empezar negociaciones para un tratado bilateral de inversiones. Japón también desea acelerar la aplicación del acuerdo nuclear iraní a fin aprovechar las oportunidades de negocios resultantes una vez que se levanten las sanciones económicas a la República Islámica del Irán.
Sin embargo, si Irán será parte nuevamente de la comunidad internacional, debe tener una participación constructiva en la región. Japón, que ahora desea fortalecer su papel en la escena mundial, no debe vacilar en manifestar este objetivo. Otro punto a favor es que el interés de Japón y la India en el proceso de paz en Siria podrían estimular a China a tener una participación activa en la búsqueda –y no bloqueo– de una solución.
Brasil, a pesar de que actualmente se enfrenta a muchos problemas internos, también está en condiciones de ayudar. No solo tiene vínculos importantes con Rusia, sino que también está ligado a Turquía, como quedó de manifiesto por el esfuerzo de intermediación que ambos países realizaron en el 2010 para llegar a un acuerdo sobre el programa nuclear de Irán.
Además, en el 2011 Brasil presentó un documento conceptual en las Naciones Unidas en el que esbozaba cómo debían comportarse los países que quieren implementar la doctrina de la “responsabilidad de proteger”. Dado que el gobierno de Siria ha cumplido más que suficientemente los criterios para que exista la obligación de la comunidad internacional de intervenir –por el asesinato de decenas de miles de civiles con bombas y gas venenoso– Brasil podría indicar cómo podría ser una intervención que reflejara el principio de “responsabilidad al proteger”.
Por último, Egipto –un perenne candidato a ocupar un asiento africano permanente o rotatorio en un Consejo de Seguridad reformado– tiene relaciones importantes en toda la región, sobre todo con Arabia Saudita y otros países del Golfo que apoyan directamente a algunos de los grupos de oposición sirios. El gobierno del presidente egipcio Abdel Fattah el-Sisi, que ha subrayado la necesidad de llegar a un acuerdo político exhaustivo, apoya tácitamente a Asad, pero también está sumamente preocupado por el Estado Islámico. Por lo tanto, los diplomáticos egipcios son excelentes candidatos para presionar en aras de un acuerdo.
Los gobiernos de muchos de estos países podrían alegar que el conflicto sirio está demasiado lejos para afectarlos directamente. No obstante, el liderazgo global no significa únicamente gozar del prestigio que acompaña al poder. La Carta de las Naciones Unidas exige que los países utilicen su poder para identificar toda amenaza a la paz, quebrantamiento de la paz o acto de agresión, y decidir qué medidas deben adoptarse para mantener o restablecer la paz y la seguridad internacionales. La crisis siria es una gran “amenaza a la paz” y el mundo debe abordarla de manera conjunta.
Anne-Marie Slaughter es presidente y directora general de la fundación New America. Su publicación más reciente es Unfinished Business: Women Men Work Family. © Project Syndicate 1995–2015