En mayo del 2011, cuando las fuerzas especiales de la marina estadounidense, los Navy Seals, mataron a Osama bin Laden y lo echaron al mar, muchos creyeron que este sería el final del sueño yihadista.
“El mundo está más seguro. El mundo es un mejor lugar porque Osama bin Laden está muerto”, afirmó el presidente Obama.
“Matando o capturando a media docena de los principales líderes de Al Qaeda en los próximos seis meses degradaríamos seriamente la habilidad de Al Qaeda de reponerse de la muerte de bin Laden. Tenemos que ir por el golpe de nocaut en esta ventana de oportunidad que se nos presentó con el asesinato de bin Laden”, manifestó Douglas E. Lute, principal asesor de Estados Unidos para Oriente Medio. Y se mataron muchos de esos líderes.
Pero de las entrañas de Al Qaeda brotó una nueva organización terrorista. Esta sufrió varios reveses, pero se renovó durante la guerra civil en Siria pasando a ser conocida como el Estado Islámico (EI), bajo su actual líder Abu Bakr al-Baghdadi. Este cortó sus lazos con Al Qaeda y se autoproclamó “califa de todos los musulmanes” con su califato asentado en un amplio territorio de Irak y Siria.
Incomprensión. Hace apenas 12 meses, el general norteamericano Michael K. Nagata, comandante de operaciones especiales en el Oriente Medio dijo: “No comprendemos este movimiento (EI). Hasta que lo comprendamos no vamos a poder derrotarlo”.
Lo que más le intrigaba al general eran los medios intangibles utilizados por el Estado Islámico para tomar y preservar el control de las poblaciones y los territorios que conquista. Se pregunta el general: “¿Qué es lo que hace el Estado Islámico tan magnético, tan inspirador? Yo todavía no entiendo el poder intangible del Estado Islámico”.
El general no se está haciendo las preguntas que quizá lo lleven a comprender mejor al enemigo al que se está enfrentado. ¿Por qué desaparece una organización terrorista, pero aparecen otras? Si existen musulmanes moderados, ¿por qué no se manifiestan públicamente contra todas las atrocidades, las decapitaciones de hombres, niños y mujeres, las lapidaciones, las crucifixiones? ¿Por qué después del ataque a las torres gemelas en Nueva York no se lanzaron a las calles en masa los musulmanes norteamericanos a protestar contra los radicales terroristas islámicos?
Estos movimientos se han multiplicado y se han hecho más fuertes y más radicales por más de tres décadas. Durante este tiempo, Estados Unidos ha tratado de hacer todo por contrarrestarlos y no lo ha logrado. La ideología terrorista ha sobrevivido y ha prosperado por una enorme fuerza que la sostiene y la impulsa. Recibe apoyo financiero de grupos poderosos del mundo islámico y el apoyo abierto de algunos entes políticos y religiosos musulmanes.
Ante ese asombroso desafío global, Occidente se enfrenta a cada crisis como si se tratara de hechos aislados y no conexos. Ha ignorado –quizá para evitar la ansiedad de enfrentarse a la realidad– que la enorme fuerza con que cuenta el movimiento radical islámico es el apoyo inescrutable de una mayoría de los 1.300 millones de musulmanes comunes y corrientes.
Ese apoyo de los musulmanes a la yihad es, generalmente, mudo ante el resto del mundo. Pero ocasionalmente se manifiesta más públicamente.
Rasgo cultural. El martes 17 de noviembre se celebraba un partido de fútbol entre las selecciones de Turquía y Grecia en Estambul, Turquía, un país musulmán. Era un lleno completo y participaban los primeros ministros de ambos países, el turco Ahmet Davutoglu y el griego, Alexis Tsipras. Antes de iniciarse el encuentro, por medio de los parlantes, se les solicitó a los asistentes un minuto de silencio en homenaje a las personas que perecieron en los atentados terroristas en París el pasado viernes 13 de noviembre, cuatro días antes de ese juego.
Pero en lugar de respetar esa solicitud, se produjo un inmediato y estruendoso coro de silbidos y bues. Lo más abominable era que, en medio del bullicio, se podía detectar, rítmicamente, la frase Allah Akbar (Dios es grande), que es la que pronuncian los atacantes suicidas antes de detonar la bomba que los llevará al paraíso por matar a quienes “llevan la bandera de la cruz”.
Este acto era algo más serio que una simple grosería. Era la exteriorización de un remoto rasgo cultural. Era la manifestación más clara del apoyo popular musulmán al terrorismo radical islámico.
Este rasgo cultural ha sido reconocido por milenios. Los primeros cinco libros del Antiguo Testamento fueron escritos por Moisés hace 3.400 años. En Génesis (16:11-12), el ángel del Señor le dice a Agar, la esclava de Sarah y esposa de Abraham: “Estás embarazada y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Ismael, porque el Señor ha escuchado tu aflicción. Será un hombre indómito como asno salvaje. Luchará contra todos, y todos lucharán contra él; y vivirá en conflicto con todos sus hermanos”. Ismael es el padre de los beduinos y de los árabes.
Radicalismo. Más recientemente, en 1993, el profesor de Harvard Samuel Huntington afirmó que “el conflicto del siglo XX entre la democracia liberal y el marxismo-leninismo no es más que un efímero y superficial fenómeno histórico en comparación con la relación profundamente conflictiva y sostenida entre el islam y el cristianismo”.
Dijo que “la juventud árabe y musulmana eran las tropas de choque de un nuevo radicalismo que se estaba extendiendo desde las fronteras del mundo islámico a otras sociedades no musulmanas”.
Pero con los islámicos radicales nos enfrentamos a una gente que odia más a los occidentales de lo que aman a sus propias vidas. Cuando se tienen grandes cantidades de personas dispuestas a convertirse en bombas humanas, se crea un arma que no es posible disuadir, que no es detectable y que no tiene fin. No se puede disuadir como sucedió con la Unión Soviética.
Pero a mediano y largo plazo, quizá hay una esperanza. Existe actualmente un desafío musulmán a la ideología del Estado Islámico.
Recientemente, A. Mustafá Visir, líder espiritual de un grupo en Indonesia, Islam Nusantara, con 50 millones de adeptos inició el arranque de una campaña mundial que ofrece un repudio religioso implacable a la ideología del Estado Islámico que está basada en el movimiento radical fundamentalista wahabí.
Visir y su movimiento opinan que la ley islámica necesita ser orientada a las normas del siglo XXI haciendo hincapié en la no violencia, la integración y la aceptación de otras religiones.
Mientras tanto, Occidente no tiene alternativa a enlistarse en la guerra declarada por Francois Hollande contra el terrorismo del islam radical hasta derrotarlo.
El autor es médico.