La ciudad nos ha declarado la guerra. Lejos de facilitarnos la convivencia, hemos construido una ciudad ruinosa que privilegia al vehículo privado y crece sin mayor control. La mancha de aceite se expande y todos los días nos ofrece librar la misma batalla, cada vez más absurda. Esa es la realidad de la GAM.
Aunque caminar es nuestro derecho y nuestro medio de transporte más natural, hacerlo en la mayoría de nuestros entornos urbanos se ha convertido en un deporte extremo. Somos víctimas de un entorno físico agresivo, obstaculizado, irracionalmente construido.
Nuestras aceras, en general, son impresentables, los peatones debemos agachar la cabeza ante la invasión del automóvil y nuestro sistema de transporte público es una ensalada de rutas desarticuladas e ineficientes. Estas realidades son totalmente indignas si lo que se busca es el traslado de seres humanos.
Callejón sin salida. ¿Cómo hemos llegado a este punto de no retorno? Como consecuencia del congestionamiento vial, el reclamo más común se centra en el estado de nuestra infraestructura de carreteras. Sin embargo, muchos factores se han conjugado para heredarnos una ciudad en estado de guerra constante. Si buscamos un culpable, lo encontramos todos los días al mirarnos al espejo.
Aunque Costa Rica fue de los primeros países de América Latina en aprobar una Ley de Planificación Urbana, hemos sido displicentes en su aplicación. La Dirección de Urbanismo del INVU nunca logró erigirse como el ente supramunicipal encargado de coordinar y velar por el crecimiento de la ciudad. El papel que juega es un sainete comparado con su labor según la ley. Muy pocos han levantado la voz sobre este hecho y mucho menos nuestra clase política.
En el período de 1964 al 2010, la GAM multiplicó por cuatro su área construida. Esto significa que nos hemos expandido en muy baja densidad, impermeabilizando el suelo y obligando a las personas a realizar mayores desplazamientos. Se nos condena a vivir encerrados en los automóviles.
Por otra parte, la cantidad de vehículos en el país ha crecido exponencialmente, pasando de 1 por cada 112 habitantes en 1963 a 1 por cada 4 habitantes en el 2010. Este indicador es aún peor en San José, donde se encuentra un automóvil por cada 2,86 habitantes.
El modelo de ciudad que hemos elegido (por omisión en unos casos y displicencia en otros) nos condena al colapso. En 1995 pocos reaccionaron ante el cierre del ente encargado de promover el desarrollo del transporte en ferrocarriles.
Esto nos condujo a 15 años de inmovilismo. De la misma manera, poco calado tuvo en nuestra sociedad el cierre del proyecto Prugam en el 2009. Las autoridades políticas de ese momento salieron ilesas ante semejante decisión, tomada a la luz de grupos de presión que se benefician con nuestra guerra urbana.
Políticas inconvenientes. Como muy bien ha mencionado el reconocido urbanista Eduardo Brenes en diferentes ocasiones: “Las únicas políticas urbanas que se ejecutan son la construcción de vivienda en las periferias y el aumento de la flota vehicular privada”.
Estas políticas llevan en ejecución más de medio siglo, llenando los bolsillos de unos pocos y condenándonos a todos a vivir en guerra con nuestra ciudad. Los resultados están a la vista.
Como ciudadanos debemos exigir que la ciudad tome un lugar prioritario en la agenda de las personas que aspiran a cargos de elección pública. La ciudad es un contrato tácito entre el Estado y la ciudadanía.
Cambiar nuestro modelo de ciudad y apuntar a un entorno más compacto debe ser la apuesta para el futuro de la GAM. El proyecto para un sistema integrado de transporte masivo (tren eléctrico y sectorización de autobuses) debe ir de la mano de una gestión estratégica de los usos del suelo por parte de las municipalidades.
Ubicando las mayores densidades cercanas a los ejes de transporte masivo, las municipalidades garantizarían la viabilidad del proyecto. La ciudad es la casa de todos y es necesario velar por que el bien común prime sobre los intereses particulares.
El autor es arquitecto.