El término "género" es de difícil manejo; las feministas lo defienden denodadamente; algunos hombres se ríen socarronamente cuando lo escuchan; los grupos conservadores se molestan e invocan argumentos rarísimos para eliminarlo. Y es que tal término se refiere a uno de los temas más delicados del presente: el papel de la mujer en la sociedad contemporánea.
Por género se entiende todo aquel comportamiento aprendido --no innato-- que desarrollan los seres humanos cuando se socializan. Es cuestión del sexo dar a luz los hijos, tener la voz más o menos ronca, ser más o menos alto y musculoso y quizá hasta lo sea tener algunas aptitudes para el lenguaje y la comunicación interpersonal. Esto último está aún por decidirse. Pero indudablemente es cuestión de género que la mujer sea mala lectora, o buena para la cocina, que los hombres no lloren, no les guste el arte y que sean rudos frente a la vida, secos e inconmovibles frente a la familia.
La sociedad asigna roles a los seres humanos --cuestión de género-- que a menudo enajenan su auténtica expresión: La mujer debe ser sumisa y obediente, debe estudiar poco --a los hombres no les gustan las mujeres sabihondas--; está especialmente capacitada para las tareas domésticas --pobre de aquella que no puede hacer un huevo frito o enhebrar una aguja con acierto--, y le corresponde permanecer calladita en el hogar. Qué dificultades debe pasar una mujer a quien le gusta estudiar, hacer deportes o simplemente tomar sus propias decisiones.
El hombre debe ser fuerte, rudo y violento, debe mandar y ser obedecido, le corresponde estudiar y trabajar fuera de la casa. Pobre de aquel que tiene inclinaciones artísticas o le fascina cuidar a los hijos; eso tiene que hacerlo casi a escondidas.
Por cuestiones de género, los hombres agreden a las mujeres, y estas creen que ellos están en su derecho y lo permiten. Por las mismas cuestiones, las mujeres no se atreven a superarse, pero lanzan a la superación a sus hijos varones.
A menudo se oye a los hombres decir: tus hijos me tienen aburrido. O no opinés de política porque es asunto de hombres. Recientemente un marido mató a su mujer porque el recibo de la luz vino muy alto.
Afortunadamente las mujeres hemos descubierto que somos tan buenas como los varones para muchas cosas. Hoy se acepta socialmente que las mujeres trabajen fuera del hogar, pero eso sí, siempre y cuando sigan asumiendo sus responsabilidades hogareñas que les corresponden como mujer. Es decir, además de su trabajo afuera, siempre tiene su trabajo adentro. Todavía resulta absurdo que el marido tienda las camas, planche la ropa, haga las compras o vista a los niños, aun cuando ambos trabajen fuera de la casa. El hogar es asunto de género.
Hace unos días, una querida amiga felizmente casada y que ocupa un alto puesto ejecutivo en el Gobierno me decía: Ay, qué ganas de tener una esposa. Te imaginás llegar a la casa y encontrar la comida hecha y la ropa lavada?
El estereotipo de lo masculino como fuerte, importante, dominante, poderoso, y la mujer como débil, sumisa, necia, melindrosa y quizás hasta tonta, es causa en muy buena parte del caos en que actualmente viven las familias. El hombre que se ha creído el rol de género que le impone la sociedad, debe hacerse escuchar por la fuerza --tenga o no razón-- y hacerse obedecer por su mujer y sus hijos; de lo contrario "le canta la gallina".
"Ya las mujeres no quieren aguantar", oímos decir a menudo. Pero qué es lo que deben de aguantar y por qué lo tienen que hacer? No es cierto que las mujeres ya no queremos tener hijos y dedicarnos a cuidarlos. Algunas lo queremos; otras no, y es una decisión absolutamente personal en la que no se tiene que meter nadie. Lo que no queremos es que la sociedad con sus estereotipos --cuestiones de género-- nos imponga lo que queremos y debemos hacer en la vida como si realmente fuéramos seres humanos disminuidos a los que hay que tutelar porque si se les deja solitos son irresponsables e incapaces de decidir entre lo bueno y lo malo.
Afortunadamente parece que va triunfando la razón. Cada día más y más, las muchachas y muchachos se atreven a romper con los roles sociales que les impide libremente. Vemos padres de familia que cargan a sus hijos con amor y paciencia como lo hacen generalmente las madres; señores que se atreven a tener flores en su oficina y llevarlas con deleite a sus esposas; abuelitos que se mueren de risa por las tonterías que hacen los nietos, o que lloran ante la muerte de un ser amado; parejas que disfrutan la música y el arte; muchachas que estudian carreras "masculinas", y hasta encontramos científicas importantes... De todo puede y debe haber en la viña del Señor.
El género nos ha perjudicado a los seres humanos... En su nombre ha privado la violencia doméstica, la discriminación femenina, el maltrato entre los seres humanos. Y pensar que somos nosotros los seres humanos los que lo hemos inventado... Lo desconcertante es no lograr entender por qué razón surgió. ¿A quién beneficia la dominación masculina?
Realmente el mundo sería diferente si cada uno de nosotros se dedica a vivir y dejar vivir, en el cumplimiento de un deber impuesto por la propia conciencia. Esa conciencia que Dios nos dio a cada uno de nosotros, que nos hace responsables y que nos dicta claramente la diferencia entre lo que es bueno y lo que no lo es sin que nadie tenga que recordárnoslo.