Los últimos movimientos ocurridos en el Partido Liberación Nacional abren la interrogante acerca del funcionamiento de la democracia y del sistema partidista. Ya el filósofo Michel Foucault decía que toda relación es una relación de poder. Por lo que no se puede dejar de esperar que dentro de una agrupación política se den pugnas por encabezar el eje dominante. Pero ¿la lucha por encabezar el liderato de un partido político responde a las demandas de la población? ¿O responde a las demandas de ciertos grupos?
La importancia de preguntarnos por el concepto de democracia radica en que nos permite comprender qué acciones implica. Para el pensador Noam Chomsky, hay dos tipos de democracia. La pasiva, en la que los ciudadanos eligen a sus representantes y se desentienden de todo el proceso político posterior, confiando en sus capacidades de liderato; y la activa, en la cuál los ciudadanos no solamente eligen a sus gobernantes, sino que están atentos de sus acciones, piden rendimiento de cuentas y participan activamente en el proceso político. Desde esta óptica, es clara una posición pasiva en la sociedad costarricense. En la mayoría de los casos hay desentendimiento por el futuro del país.
Sumado a esto, una gran parte de la población tiene la costumbre de votar en las elecciones siempre por el mismo partido político que su familia, o círculo cercano, apoya. Resulta obvio que una persona sienta simpatía por los principios de cierta agrupación. Sin embargo, ejercer un voto no crítico es nocivo para cualquier sociedad.
En Costa Rica, no existe una tradición de discusión abierta en la que posiciones divergentes enriquezcan la toma de decisiones. Por esto, pretender que en una elección la población tome una posición bien fundamentada es difícil.
El malestar producto de problemas sociales y económicos debería motivar una respuesta activa para proponer soluciones y resolverlos. No obstante, el letargo político es un virus al que todavía no le hemos encontrado vacuna.
Lo verdaderamente peligroso radica en la posición cínica de aceptar los vicios del sistema como totalidad. Es decir, aceptar la corrupción y el beneficio de pocos como algo natural. Como en un chiste cruel, la democracia –a través de las elecciones– solo serviría para elegir a quien va a “robar” menos.
El filósofo Slavojd Zizek sostiene que, en la actualidad, el sistema partidista no puede representar adecuadamente el desencanto social. Y concuerdo con él. La solución no se encuentra en procurar una mayor participación de la población dentro de los partidos políticos ya que estos exponen una visión particular.
Se debe de procurar el desarrollo de una democracia activa, en donde los temas de mayor relevancia se discutan abiertamente. Si no, el voto acrítico, el desentendimiento político y la aceptación cínica del vicio van a terminar de minar un debilitado tejido social.
Entonces, la pregunta fundamental es: ¿se puede vivir en una democracia en la que todos los ciudadanos participen activamente y sean realmente parte fundamental del proceso político? O más bien, ¿estamos viviendo el fracaso de la democracia?
Rodrigo Muñoz-González. Estudiante, Escuela de Ciencias de la Comunicación Colectiva, Universidad de Costa Rica