Decía el expresidente de la República, don Ricardo Jiménez que, en Costa Rica, no había escándalo que durara ocho días. No cabe duda de que la intención de don Ricardo fue poner en evidencia la fragilidad de la memoria colectiva del costarricense que, para todos los efectos, no recuerda lo sucedido en su historia, ni siquiera lo más reciente; por ello somos un pueblo sin conciencia histórica, agravado por el poco interés que existe de cultivarla en la mente de los ciudadanos.
Esto nos lleva a analizar el hecho de que su Santidad Juan Pablo II no visitara nuestro país en la segunda oportunidad en que realiza un periplo centroamericano --la verdad es que el orgullo nacional se sintió un poco herido: los "ticos" no fuimos tomados en cuenta esta vez, nos dice en nuestro interior una vocecilla picantosa de soberbia--. Pero, en verdad, ¿para qué iba a venir su Santidad otra vez, si, en efecto, ocho días después de su anterior visita, olvidamos su mensaje de hace trece años, y nos dedicamos al "vacilón" de siempre y a nuestra indiferencia generalizada.
Olvidamos, por ejemplo, la sencilla síntesis --programa que Juan Pablo II pidió a los jóvenes en 1983, que también era un reto de rectificación para la población adulta. Así, cuando nos pidió decir "no" al egoísmo, trece años después somos más egoístas y menos comprometidos con los problemas de nuestros semejantes; también señaló que había que decir "no" a la injusticia y esta hoy recorre campante nuestro país; dijo "no" al placer sin reglas morales, y la moralidad nacional, con la ayuda de poderosos intereses de los medios de comunicación, ha caído por los suelos; nos retó al pedir un "no" a la mediocridad y hoy es el sino favorito del que quiere progresar sin esfuerzo; dijo "no" a la violencia y al odio, ¿y no somos hoy más violentos y no hay más odio en nuestra sociedad que hace trece años?; pero también nos pidió dar un sí a Dios, a la fe, al compromiso, al respeto a la dignidad, a los derechos de las personas, a la justicia, al amor, a la solidaridad y a la esperanza; pero a todo ello le hemos dicho ¡no!; olvidamos su mensaje; nos negamos a luchar por su contenido y a tenerlo como escudo de nuestra conciencia.
En nuestra sociedad, dominada por el materialismo, la irresponsabilidad y la mediocridad los primeros que fallaron fueron los responsables de mantener vivo el mensaje de Juan Pablo II, y tanto las autoridades civiles como eclesiásticas se conformaron con recordar su visita poniendo su nombre a un puente de carretera, que nuestra propia falta de respeto se ha preocupado en ensuciar con grotescas pintas.
Así somos los ticos, memoria flaca y orgullo grande, pero la verdad era mejor que Juan Pablo II dedicara su tiempo a feligresías que no solo querían oírlo y festejarlo, sino escucharlo y seguir sus mensajes cristianos; porque si hace trece años en Nicaragua, Salvador y Guatemala clamó por la paz, en buena parte estos pueblos respondieron a sus plegarias; en cambio, nosotros lo enviamos al pudridero de la historia, como también decía don Ricardo Jiménez.