El pecado original fue el cometido por Adán y Eva gracias a la ingenuidad de Adán, la curiosidad de Eva, la maldad de la serpiente y lo sabroso de las manzanas, lo que tuvo como consecuencia el desalojo del Paraíso Terrenal y que todos heredáramos ese pecado del cual no tenemos ni un ápice de culpa.
A partir del destierro del edén, la cosa siguió peor, Caín mató a Abel y la gente pecaba a diestra y siniestra sin saber siquiera por qué y sin que nadie escarmentara ni con el diluvio universal ni con la destrucción de Sodoma y Gomorra, ni con nada. Por ello Dios decidió entregar a Moisés en el monte Sinaí -cuando iba con su gente hacia la Tierra Prometida-, el llamado Decálogo o Tablas de la Ley en donde se establecen diez preceptos fundamentales contra los cuales, ya sea por acción u omisión, se cometen los pecados más graves y así ya clasificados, los pecados son por lo menos, perfectamente identificables.
Pese a ello las cosas no mejoraron del todo por lo que algunos miles de años después, la Iglesia Católica debió establecer nuevos pecados en diversos rubros y subclasificaciones dentro de un amplio espectro que va desde los pecados mortales que nos privan del goce eterno en el Paraíso, largándonos al infierno, hasta pecadillos veniales, que pueden ser perdonados después de millones de años en el purgatorio.
Otros pecados son conocidos como capitales, quizá por considerarse que son el principio de los demás y ellos suman el cabalístico número siete: el orgullo, la avaricia, la lujuria, la envidia, la gula, la ira y la pereza.
Estos pecados capitales han sido utilizados en forma aislada, como base argumental de diversas películas tales como: Esclavo de la avaricia, La torre de Nesle, La gran comilona y otras, o en conjunto en filmes que incluyen los siete pecados dentro de la trama.
En dos versiones francesas sobre este tema, el asunto fue tratado con humor negro, pero ahora nos llega una verdadera obra maestra del cine de género detectivesco o policial que en forma magistral nos muestra una concatenación de crímenes enajenantes, relacionados en forma aterradora con cada uno de estos pecados, llevándonos desde el asombro hasta la náusea.
Después de ver tantas malas películas anunciadas con bombos y platillos, resulta gratificante ver un filme inteligente con la impecable actuación de Morgan Freeman y Brad Pitt dirigidos acertadamente por David Fincher, quien, con el escueto nombre de SEVEN, muestra el caos y las lacras de la metrópoli, las abismales conductas del género humano y la frustración permanente ante el absurdo de la existencia.
Fotografía excelente, música a veces agradable y a veces desesperante como complemento a las escenas que la requieren, citas literarias adecuadas, dibujos de Doré y un envolvente torbellino de acontecimientos nos llevan hasta el espeluznate final que nos deja atados a la butaca. Veremos cuales otras películas nos esperan con los nuevos pecados que la Iglesia decretó o tipificó recientemente de acuerdo con los vientos que corren al final de este milenio...