Todos conocemos la imagen de la justicia, una bella mujer con los ojos vendados. La venda, se supone, es para que su mirada no se extravíe por caminos inconvenientes, adornados con prejuicios e intereses creados, y sus decisiones sean absolutamente justas e imparciales. Pero no porque sea ciega, aunque el reciente fallo, que fue visto hasta en el último rincón de la Tierra hasta donde llegan las señales de la televisión, que declaró inocente (no, por cierto, "no culpable", como publicaron algunos periódicos) a O.J. Simpson pareciera indicar lo contrario.
Este fallo me hizo recordar otro que no atrajo tanta atención pero que tuve la oportunidad de seguir de cerca durante una visita a Nueva York. Se trataba de una mujer acusada de asesinato por haber rociado con gasolina el cuerpo de su marido, que dormía una de sus tantas borracheras, y luego haberle prendido fuego. Y así pasó rápidamente del fuego terrenal al fuego eterno si lo que se dijo de él durante el juicio era cierto.
La prueba era concluyente e incluso la señora nunca negó lo que había hecho. Creo que ningún juez en ningún país cuyos sistemas de justicia sean similares al nuestro la hubiera absuelto, aunque, naturalmente, hubiera tomado en cuenta varios atenuantes, como el maltrato físico y psicológico al que estaba sujeta. Pero, increíblemente el jurado, integrado en su mayoría por mujeres, se conmovió por la elocuencia del abogado defensor que presentó un cuadro de abusos, de crueldad y de sadismo del marido contra la imagen de una santa mujer, cuya aureola iluminaba sus ojos llorosos y la declaró inocente del crimen que había cometido. Al salir de la sala de justicia, la señora fue recibida con ovaciones y aplausos de grupos feministas y durante varias semanas fue casi una heroína nacional.
Recientemente también me tocó vivir muy de cerca un juicio que, en los Estados Unidos, se llevó a cabo contra el hijo de una familia amiga. El muchacho, estudiante universitario, ejemplar en muchos aspectos, se emborrachó una noche con unos amigos y fue escogido, por sorteo, para que se atreviera a asaltar a alguien con una arma blanca. Asaltó a una señora a la que arrebató su cartera después de haberle mostrado un filoso puñal, y antes de que tuviera tiempo de devolver lo robado, como había planeado, fue arrestado. Su familia no cuenta con muchos medios económicos, su abogado no tuvo la elocuencia necesaria, y fue condenado a varios años de prisión.
En el circo que se montó durante el juicio de O.J. Simpson se entabló una desigual lucha entre la verdad y el dinero. El jurado estuvo integrado en su mayoría por personas de raza negra y los abogados defensores muy hábilmente presentaron el caso como el de un inocente negro acusado falsamente de matar a dos blancos y a quien trató de incriminar la policía blanca.
Un juez de experiencia, en un sistema similar al nuestro, hubiera estudiado con mayores elementos de juicio la prueba presentada y no se hubiera dejado impesionar por la habilidad y la elocuencia de un grupo de abogados muy bien pagados. El juez Ito fue simplemente un director del debate y no tuvo ninguna injerencia en el fallo.
Es triste pensar que la verdadera justicia no existe en casos como este y la decisión final depende, no de quien es culpable o no, sino de quien es más famoso y tiene más dinero.
El sistema de jurado tuvo su razón de ser en sus inicios cuando se buscó que fuera el pueblo el que decidiera la suerte de sus semejantes y no un ente superior, pero se ha prostituido hasta el extremo de originar fallos como el que comento que produjo una suntuosa fiesta en la mansión del recién liberado y llanto y dolor en los familiares de los asesinados.
Nuestro sistema judicial tiene muchas fallas y necesita mejoras con carácter de extrema urgencia. Es necesario, por ejemplo, que los que cometen delitos graves puedan ser castigados --o, mejor dicho, regenerados-- aunque sean menores de edad, como lo son casi todos los ya tristemente célebres "chapulines".
Las penas para ciertos criminales deben aumentarse hasta llegar a la cadena perpetua y no como sucede que un criminal relativamente joven pueda violar y asesinar a una niña de pocos años y salir de la prisión con muchos años adelante para poder cometer otros crímenes similares.
Pero con todos sus defectos y limitaciones me parece que el sistema penal nuestro es superior al de los países que usan jurado para decidir la suerte de los acusados. Todavía no hemos llegado --y espero que nunca lleguemos-- al grado de que sea la fama y el dinero los que pongan la venda sobre los ojos de la justicia.