Para abolir la ignorancia, como lo pide con toda razón don Oscar Arias ("Para abolir la ignorancia, actuemos", Pág. 15 del 10 de enero pasado), es necesario erradicar primero el pedagogismo que en los niveles administrativos y académicos ha dirigido la educación de este país. Esa corriente pedagógica, que es una enfermedad de la razón y de la verdadera pedagogía, impuso la ignorancia y la noción del pobrecito, y probó con ello los terribles resultados de que sólo el 19 por ciento de los jóvenes de secundaria alcancen el nivel del pensamiento abstracto, o sea, un desarrollo aceptable de la inteligencia, y que los graduados al llegar a la universidad muestren el grado de incompetencia e incapacidad que las recientes pruebas del Ministerio de Educación demuestran (véase mi artículo "Los datos del Ministro"): Lo que ha afectado no solo a los colegios públicos, sino también a los privados (como lo demuestran las pruebas de la Dra. Zaira Méndez y compañeras sobre el desarrollo de la inteligencia) porque, hasta una resolución reciente de la Sala Cuarta que lo eliminó, los parámetros del Ministerio constituían un techo máximo, y no un piso mínimo, como debe ser.
Aunque usted no lo crea, ¡estaba prohibido enseñar más! Por eso, también los colegios privados fueron afectados por el pedagogismo, y sus patrones actuales son inferiores a los de ellos mismos antes de dicha ola de oscurantismo.
De modo que ni estar en un establecimiento público de enseñanza, ni hasta hace poco en uno privado (y todavía en algunos de ellos), permitía escapar de la ignorancia, sino que más bien lo favorece. Lo que demuestra que el problema no es tanto de recursos, como de ideología, y que si se quiere abolir la ignorancia, se debe primero cambiar de pensamiento que es lo que la fomenta y mantiene. Sin expulsar el pedagogismo de la dirección del sistema, sin fumigar con la razón y la realidad, los distintos niveles administrativos y de dirección del Ministerio, el Consejo Superior y la Facultad de Educación, con gastar más sólo se obtendrán más recursos para propagar la ignorancia y deformar el normal desarrollo de la inteligencia.
El caso de los Estados Unidos, de donde vino la semilla del pedagogismo, lo demuestra de una manera concluyente. Entre el grupo de los 20 países más desarrollados del mundo, es de los que más gasta en educación, y, sin embargo, está en los últimos lugares en calidad de la educación.
Japón y otros países orientales, en especial China, gastan mucho menos y obtienen en primaria y secundaria una calidad superior de resultados. Desde hace décadas, Estados Unidos es consciente de que su problema está principalmente en la ideología educativa, o sea, en el "software" y no en el "hardware", como lo he dicho para acá, pero la extrema dispersión de la educación pública en los Estados Unidos, repartida en más de 15.000 circunscripciones de autoridad, impide eliminar el problema (la descentralización en ciertos casos es un problema).
El problema que ha creado el pedagogismo en los Estados Unidos es muy serio, y desde hace tiempo se denuncia, aunque por la razón dicha no se ha podido solucionar. No hay más que recordar el informe de 1981, "A Nation At Risk", de la Comisión presidencial del más alto nivel nombrada al efecto por el presidente Reagan y su secretario de Educación T.H. Bell. La Comisión llegó a la conclusión de que "nuestra sociedad y sus instituciones educativas parecen haber perdido de vista los propósitos básicos de la escolaridad y las altas expectativas y el esfuerzo disciplinado necesario para lograrlos", porque los afecta "una creciente ola de mediocridad, que amenaza nuestro futuro como nación y como pueblo". Tan grave encontró la situación esa Comisión, que llegó a afirmar en sus conclusiones que, "si una potencia extranjera hostil hubiese intentado imponer en los Estados Unidos el desempeño educativo mediocre actualmente existente, lo hubiésemos visto como un acto de guerra".
Unos años antes se había producido el famoso informe "Why Johny Can't Read", que denunciaba el equivalente norteamericano del pedagogismo, como causa de que los escolares norteamericanos no pudiesen leer aceptablemente. Por esa misma preocupación, el presidente Bush puso de modo preferente en su programa de gobierno la restitución de la calidad de la educación, lo mismo que el actual presidente Clinton.
Sin embargo, carecen de la llave clave de un instrumento central que permitiría lograrlo aquí de una manera relativamente fácil, si se logra generar la suficiente voluntad política. Debido a eso, una investigación reciente del Congreso de los Estados Unidos (véase revistas Newsweek y Time del 20 de setiembre de 1993) reveló la alarmante conclusión que "cerca de la mitad de los adultos norteamericanos leen, escriben y entienden aritmética tan pobremente, que tienen dificultades para realizar las tareas básicas de la vida moderna". De modo que no es el gasto, sino la concepción educativa el punto medular.
Por eso, si bien en Costa Rica hacen falta más recursos económicos para mejorar las instalaciones y medios existentes, pagar mejor a los educadores para exigirles más, tener más y mejores escuelas y colegios, y facilitarles el acceso a quienes actualmente no asisten por dificultades económicas o de otra índole, lo fundamental es cambiar primero la errada concepción educativa, que ha ocasionado aquí un desastre similar o peor al de los Estados Unidos, según lo demuestran todas las pruebas.
Respecto de la necesidad de esta primera fase de la actuación, el gobierno de don Oscar dio el ejemplo: bajo la dirección ministerial de don Francisco Antonio Pacheco, por primera vez un gobierno se enfrentó en forma decidida al pedagogismo y a la mentalidad que le ha imbuido a la educación. Su lucha fue dura, porque el prejuicio y la ignorancia son en Costa Rica más fuertes de lo que nos gusta reconocer, y aunque obtuvo logros importantes, el oscurantismo recuperó sus posiciones en el gobierno siguiente, que volvió el reloj hacia atrás y apoyó plenamente la causa pedagogista.
Pero ahora es el momento, porque el actual ministro Doryan se opone a estos errores y ha mostrado un enfoque inteligente y culto; y asimismo ahora las ideas pedagogistas están muy desprestigiadas por sus terribles resultados, de modo que despiertan resistencia en todos los sectores cuerdos del país, de todo lo cual la opinión pública y los padres de familia se han dado cuenta, y piden en consecuencia un cambio y una educación de calidad, como lo demuestra el gran apoyo al ingeniero Doryan.
Sin embargo, no será fácil lograr que la secta pedagogista, enquistada en la administración y la academia, sea neutralizada y deje de estorbar. No obstante, es indispensable antes de exigirle sacrificios al país, que de otra manera se perderían. Pero sólo un movimiento muy fuerte de opinión pública, que movilice todos los resortes del poder con una idea clara y común de lo que se debe hacer, podrá lograrlo. Para ese efecto el llamado de don Oscar Arias y su ejemplar trayectoria en la materia son importantísimos.