Se ha iniciado el curso lectivo y miles de niños y de jóvenes marchan diariamente a formarse, a recibir aquello que los padres esperamos: excelencia académica y excelencia moral. Se han invertido sumas considerables en... Desde siempre, la educación ha sido una de las pasiones del costarricense. Pero hoy es una pasión disminuida, empobrecida, cansada, exangüe. Costa Rica tiene un déficit de aulas creciente, mas no se le presta la debida atención: los menores no votan. Ni el exceso de los japoneses, con el curso lectivo más largo del mundo, ni el exceso de los costarricenses, con el más corto, ni desentenderse los padres de las cada vez más necesarias relaciones familia-centro educativo. Cuando las cosas se reducen al mínimo, el rendimiento también es mínimo.
En uno de los artículos más dolorosos publicados en esta página 15, el 18 de febrero, y que mereció otro igualmente valioso comentario de Julio Rodríguez el día 21, Juan José Sobrado pone al descubierto la falla geológica de la educación nacional. Si se cometió el gravísimo error de "negociar" -verbo supremo del político- la negativa de un aumento de sueldo a cambio de la rebaja de los días lectivos, los gremios magisteriales, ahora, no merecerían un aumento más si no cumplen la contrapartida de retornar a los 213 días lectivos de 1981.
Y de nada sirven las recriminaciones a uno y otro gobierno: el daño ya está hecho. Lo importante es ir rectificando poco a poco, con una briosa calma, hasta que se vuelva a la normalidad, al deber, al trabajo y a la responsabilidad o elemental dignidad profesional de cumplir lo pactado. Tienen aquí una magnífica oportunidad las asociaciones magisteriales -ANDE, APSE, SEC- de cumplir con los objetivos de sus estatutos en bien de la educación y de recibir con honor los sueldos que todos los costarricenses les pagamos mes a mes, más vacaciones y aguinaldo y la protección biofísica del Seguro Social. Desde luego, también tienen la obligatoriedad de ceñirse a las prescripciones de la Ley de Carrera Docente y luego al derecho jubilatorio de la ley respectiva, tan mal defendida por cierto por esos mismos dirigentes "negociadores". No es ético ni jurídico invocar derechos y olvidar deberes. Esta "sindicalización" es parte de la crisis educativa del país, agravada por la complacencia de los personeros estatales quienes, validos de un abuso de poder no sancionable, disponen de los bienes públicos cómo si fuesen una res nullius, cosa de nadie, como se dice en derecho. ¿Puede mejorarse así, apenas con la aspiración al mínimo, la educación nacional? No. Por fortuna, la mayoría de los educadores son buena gente y se preocupan por rendir al máximo y de que así lo hagan los estudiantes. Pero es ir contra corriente, y esto a la larga deprime y cansa.
No obstante, la educación vive de esta mayoría de educadores de buena voluntad capaces de hacer conciencia y de que se cree todo un movimiento a favor de un mayor tiempo de trabajo para alcanzar la "pedagogía visible" (conocimientos, metodologías, recursos didácticos y materiales, equipos) y la "educación invisible" (la formación de personas) de que habla el ilustre pedagogo contemporáneo Víctor García Hoz, vale decir, aquellas excelencias que nos permiten ser personas medianamente cultas, sensibles y desarrolladas.
No es con la imposición de la fuerza -con la misma que lograron aquellas negociaciones mal habidas como se retorna a los 213 días lectivos y al mejoramiento de la calidad, sino a base de que el magisterio se persuada de la imperiosa necesidad de meter cabeza y corazón en esos niños y jóvenes que están formando. De su labor depende, en buena parte, el futuro de estas personas únicas e irrepetibles y el futuro del país. La función del educador es también que los estudiantes sean conscientes de su destino. En estos momentos cruciales de cansancio moral y de búsqueda de derroteros, cada educador debe convertirse en un guía en el aula, en un líder ágil, dinámico y flexible, positivo y alegre, a fin de que ayuden a los estudiantes a encontrar los auténticos valores de la existencia: Dios, la vida, el amor, el trabajo, la verdad, la libertad, la justicia, la fraternidad...
Asimismo, hace falta balancear las tres fases del proceso educativo, según lo define la UNESCO: la adquisición de conocimientos, el desarrollo de destrezas intelectuales y el desarrollo de actitudes positivas ante la vida. Que los educadores lo recuerden es muy conveniente. El principio pedagógico por excelencia es la repetición. Esta toma de conciencia es parte del proceso interior creativo de todo educador, capaz de liberar energías fecundas dentro y fuera de sí. Se trata de "despertar" a los educadores y así, inspirados, que igualmente lo hagan con sus alumnos. Esta transformación interior es similar a la que le pide Cristo al creyente. Y si el educador, además, hace su trabajo de formar personas por amor de Dios, verá también almas en sus alumnos y su misión será más honda, más humana, más noble. Todo consiste en saber qué es el hombre.
Sobre la base de un trato humano y pacífico a los educadores, de una labor de persuasión continuada, se pueden lograr nuevas conquistas y trazarle a la educación días de bien y de prosperidad y encender de nuevo la pasión costarricense por la educación.